Vuelve el hombre
Observo, no sin cierta preocupación que el post dedicado a DémoNan ha tenido un éxito rotundo entre las féminas. Y gracias a Rachel, con su inconformismo y a Belén, con el último post-queja-grito-denuncia, me he puesto a pensar que es lo que buscan las mujeres de los hombres.
Belén denuncia, como hace unos pocos meses manifestaba mi amiga M. que ya no hay hombres en este mundo. Que las mujeres están hartas de buscar y no encontrar personas de sexo masculino (sexo, no género, he aprendido del genial Pérez Reverte) junto a las que crecer y hacer el camino vital en compañía. He dado vueltas y más vueltas al tema, tratando de entender que nos falta a los hombres para superar los exigentes baremos que nos imponen las mujeres de hoy en día... Y muy a mi pesar, tengo que reconocer que ellas tienen razón, aún nos falta mucho para superar el listón.
Aunque, claro, esto no es más que una generalización; lo cierto es que el prototipo masculino de hace unas décadas está tan alejado de las necesidades femeninas actuales como un neandertal del hombre moderno. Las chicas ya no buscan un hombre honrado, trabajador, dispuesto a pasar la vida de sol a sol en una fábrica con tal de sacar adelante a su prole, forofo del fútbol y de las partidas de cartas de sábado por la tarde, capaz de coger un destornillador y darle al vuelta a la casa a cambio de una mamadita; que se desayune con un carajillo y se vaya con su sobre, recién cobrado, de putas con los amigotes.
Este tipo murió allá por mediados de la década de los 70. Los hombres tardamos en darnos cuenta (de hecho, alguno aún no se ha enterado) de la defunción y, dispuestos como siempre a solucionar cualquier problema, incluso los que no estamos preparados para solventar, nos lanzamos a la metamorfosis tratando de incorporar a nuestro comportamiento virtudes femeninas que nos acercasen un poco más al ideal de nuestras mujeres. Y como siempre, comenzamos a frenar demasiado tarde. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya nos habíamos pasado de frenada. Nació el hombre-niña: un individuo solitario, frágil, tan femenino y sentimental que no despertaba en ellas más que lástima y deseos de protección. Conozco alguna pareja que se formó en aquellos tiempos... y estoy tratando de recordar si alguna de ellas ha sobrevivido al hastío y la dependencia sobre la que, al final estaba sustentada la pareja.
“¡Chicos, vamos a meter la marcha atrás!” –Fue el grito de guerra de la década de los ochenta-. Nos habíamos pasado de la raya y tocaba recomponer nuestra imagen para volver a impregnarnos de masculinidad, si queríamos volver a atraer a las hembras de nuestra especie. Como la marcha atrás es menos rápida pero más potente que cualquiera de las otras, pausadamente iniciamos nuestra transformación hacia el hombre metrosexual, mucho más masculino pero que había tomado prestados por el camino algún defecto de carácter que taraba gravemente el resultado. El nuevo hombre era mucho más seductor, buen amante (en fins...), más preocupado por su aspecto y casi obsesionado por complacer a las féminas. Muchas no se dieron cuenta de los defectos hasta que, tras años de convivencia, descubrieron que además era un egoísta patológico, más preocupado por su propia existencia que por desempeñar su papel dentro de la pareja. Y llegamos al momento actual.
Lo hombres hemos perdido gran parte de nuestro encanto por el camino. Como les ocurre a las niñas con sus padres a medida que crecen, las mujeres se dieron cuenta que no somos tan perfectos y todopoderosos como ellas creían. Y nosotros seguimos sin darnos cuenta que es lo que buscan ellas por una sencilla razón: no escuchamos. Ninguno. Me incluyo en el grupo. Estamos tan ansiosos por ser perfectos, por solucionar cualquier problema, que en cuanto comenzamos a notar un cierto desencanto en nuestras compañeras, nos ponemos manos a la obra a solucionar el inconveniente sin darles la oportunidad de acabar el planteamiento... y así nos luce el pelo... Señores, no traten de solucionar lo que no tiene fácil arreglo. Sé que es difícil de entender, pero ellas ya han madurado suficiente socialmente como para solucionar sus problemas ellas solitas, así que nuestro cometido no es ése. En multitud de ocasiones (casi todas, para ser fiel a la verdad) basta con escucharlas y ponerlas una mano sobre el hombro, para hacerlas sentir que no están solas.
He consultado con mis amigas. He llamado por teléfono a mi mujer para preguntar (cuando me dan estas venas la pobre no sabe si llamar a los loqueros o dejarme por imposible). He hecho un esfuerzo de imaginación y empatía; y creo que lo que buscan ellas es mucho menos que lo que nosotros estamos dispuestos a ofrecer. A saber, cualidades que tiene que tener un hombre:
- Fuerte, pero que no le de miedo mostrar sus sentimientos. Esto no significa que haya que ser un blandengue, simplemente que salgamos de nuestro autismo sentimental y compartamos con ellas nuestros deseos, haciéndolas partícipes también de nuestras inseguridades y carencias. Eso sí, cuando haya que poner los huevos encima de la mesa, no hagamos gala de esas inseguridades.
- Que aprenda a escuchar... aunque es mejor en esta asignatura venir enseñado. Este es nuestro peor defecto. Si no conseguimos esto, lo demás no tiene sentido.
- Que no haya perdido su habilidad manual. Las mujeres odian, por lo general, tener que cambiar una simple bombilla. Y además, al ser más intuitivas que nosotros, comprenden que necesitamos sentirnos útiles para ellas. Si eres un “manitas” tendrás oportunidad además de demostrar cuanto te interesa el último cambio que ha pergeñado para el baño. Usa esta habilidad a tu favor.
- Inteligente. No hace falta que seas un genio de las matemáticas, pero por favor, lee un poco, aunque sea el periódico diario (NO EL AS O EL MARCA), para ser capaz de mantener una conversación mínimamente coherente con tu pareja sobre cualquier otro tema que no sea el sexo.
- Romántico. Ojo, no ñoño, sólo romántico. Sé un poco perceptivo, estate atento, que no cuesta tanto, a las necesidades afectivas de la mujer. Esta cualidad no nos viene de serie, pero no basta con parecerlo. Hay que hacer un esfuerzo de transformación para acostumbrarse a ello, pero una vez iniciado el camino, la satisfacción que produce, además de las recompensas que nos dan ellas, merecen la pena y harán más cómoda la metamorfosis.
- Colaborador. Si te gusta la cocina, tienes medio curso aprobado. Ellas también vienen cansadas del trabajo, sin embargo, antes de meterse en la cama deambulan por la casa en busca de labores sin terminar. Procura ayudar todo lo que puedas para hacer vuestra vida diaria más fácil para ambos. A mí me ha tocado aprender a planchar y fregar como le gusta a mi esposa... y no he muerto en el intento.
- Independiente pero poco. Vale que tú tienes tus amigos. Y ella los suyos... cada uno tiene que encontrar un espacio para estar a solas o con otras personas cercanas. Pero el resto del tiempo, más vale que estés deseando pasarlo con tu pareja. Acostúmbrate a ir de compras, aunque te aburra y te desespere. Planea de vez en cuando un paseo bajo la luz de la luna, disfrutando sólo de su compañía. Cuanto más tiempo paséis juntos, más se afianzará vuestra relación.
- Imaginativo. Sobre todo en el sexo. No dejes que la rutina se instale en vuestra cama. Los hombres hemos dado demasiada importancia al tema del sexo. Muchos viven preocupados del tamaño de su miembro. ¿El tamaño importa? Pues claro... pero no tanto como nosotros creemos. Las mujeres han crecido y saben servirse ellas solitas. Si cumples con todos los demás puntos anteriores, éste no será el más importante, créeme. Ya procurará ella enseñarte el cómo y el cuando.
He dejado a posta en el último puesto el tema del sexo. Primero para que Rachel no me llame la atención diciendo que hablo mucho sobre lo único... Jajajajaja... Y segundo porque es en esto en lo que realmente estamos más en desacuerdo hombres y mujeres. Nosotros le damos demasiada importancia, y ellas, a veces, demasiado poco.
Ya está... dejo abierta la puerta para las rectificaciones y complementos. Ruego asímismo participaciones que rematen y mejoren lo dicho anteriormente, a ver si así logramos un consenso entre hombres y mujeres que nos acerque un poco más y nos haga algo más felices, aunque sólo sea por proximidad.