viernes, 27 de julio de 2007

Vuelve el hombre

Observo, no sin cierta preocupación que el post dedicado a DémoNan ha tenido un éxito rotundo entre las féminas. Y gracias a Rachel, con su inconformismo y a Belén, con el último post-queja-grito-denuncia, me he puesto a pensar que es lo que buscan las mujeres de los hombres.

Belén denuncia, como hace unos pocos meses manifestaba mi amiga M. que ya no hay hombres en este mundo. Que las mujeres están hartas de buscar y no encontrar personas de sexo masculino (sexo, no género, he aprendido del genial Pérez Reverte) junto a las que crecer y hacer el camino vital en compañía. He dado vueltas y más vueltas al tema, tratando de entender que nos falta a los hombres para superar los exigentes baremos que nos imponen las mujeres de hoy en día... Y muy a mi pesar, tengo que reconocer que ellas tienen razón, aún nos falta mucho para superar el listón.

Aunque, claro, esto no es más que una generalización; lo cierto es que el prototipo masculino de hace unas décadas está tan alejado de las necesidades femeninas actuales como un neandertal del hombre moderno. Las chicas ya no buscan un hombre honrado, trabajador, dispuesto a pasar la vida de sol a sol en una fábrica con tal de sacar adelante a su prole, forofo del fútbol y de las partidas de cartas de sábado por la tarde, capaz de coger un destornillador y darle al vuelta a la casa a cambio de una mamadita; que se desayune con un carajillo y se vaya con su sobre, recién cobrado, de putas con los amigotes.

Este tipo murió allá por mediados de la década de los 70. Los hombres tardamos en darnos cuenta (de hecho, alguno aún no se ha enterado) de la defunción y, dispuestos como siempre a solucionar cualquier problema, incluso los que no estamos preparados para solventar, nos lanzamos a la metamorfosis tratando de incorporar a nuestro comportamiento virtudes femeninas que nos acercasen un poco más al ideal de nuestras mujeres. Y como siempre, comenzamos a frenar demasiado tarde. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya nos habíamos pasado de frenada. Nació el hombre-niña: un individuo solitario, frágil, tan femenino y sentimental que no despertaba en ellas más que lástima y deseos de protección. Conozco alguna pareja que se formó en aquellos tiempos... y estoy tratando de recordar si alguna de ellas ha sobrevivido al hastío y la dependencia sobre la que, al final estaba sustentada la pareja.

“¡Chicos, vamos a meter la marcha atrás!” –Fue el grito de guerra de la década de los ochenta-. Nos habíamos pasado de la raya y tocaba recomponer nuestra imagen para volver a impregnarnos de masculinidad, si queríamos volver a atraer a las hembras de nuestra especie. Como la marcha atrás es menos rápida pero más potente que cualquiera de las otras, pausadamente iniciamos nuestra transformación hacia el hombre metrosexual, mucho más masculino pero que había tomado prestados por el camino algún defecto de carácter que taraba gravemente el resultado. El nuevo hombre era mucho más seductor, buen amante (en fins...), más preocupado por su aspecto y casi obsesionado por complacer a las féminas. Muchas no se dieron cuenta de los defectos hasta que, tras años de convivencia, descubrieron que además era un egoísta patológico, más preocupado por su propia existencia que por desempeñar su papel dentro de la pareja. Y llegamos al momento actual.

Lo hombres hemos perdido gran parte de nuestro encanto por el camino. Como les ocurre a las niñas con sus padres a medida que crecen, las mujeres se dieron cuenta que no somos tan perfectos y todopoderosos como ellas creían. Y nosotros seguimos sin darnos cuenta que es lo que buscan ellas por una sencilla razón: no escuchamos. Ninguno. Me incluyo en el grupo. Estamos tan ansiosos por ser perfectos, por solucionar cualquier problema, que en cuanto comenzamos a notar un cierto desencanto en nuestras compañeras, nos ponemos manos a la obra a solucionar el inconveniente sin darles la oportunidad de acabar el planteamiento... y así nos luce el pelo... Señores, no traten de solucionar lo que no tiene fácil arreglo. Sé que es difícil de entender, pero ellas ya han madurado suficiente socialmente como para solucionar sus problemas ellas solitas, así que nuestro cometido no es ése. En multitud de ocasiones (casi todas, para ser fiel a la verdad) basta con escucharlas y ponerlas una mano sobre el hombro, para hacerlas sentir que no están solas.

He consultado con mis amigas. He llamado por teléfono a mi mujer para preguntar (cuando me dan estas venas la pobre no sabe si llamar a los loqueros o dejarme por imposible). He hecho un esfuerzo de imaginación y empatía; y creo que lo que buscan ellas es mucho menos que lo que nosotros estamos dispuestos a ofrecer. A saber, cualidades que tiene que tener un hombre:

- Fuerte, pero que no le de miedo mostrar sus sentimientos. Esto no significa que haya que ser un blandengue, simplemente que salgamos de nuestro autismo sentimental y compartamos con ellas nuestros deseos, haciéndolas partícipes también de nuestras inseguridades y carencias. Eso sí, cuando haya que poner los huevos encima de la mesa, no hagamos gala de esas inseguridades.

- Que aprenda a escuchar... aunque es mejor en esta asignatura venir enseñado. Este es nuestro peor defecto. Si no conseguimos esto, lo demás no tiene sentido.

- Que no haya perdido su habilidad manual. Las mujeres odian, por lo general, tener que cambiar una simple bombilla. Y además, al ser más intuitivas que nosotros, comprenden que necesitamos sentirnos útiles para ellas. Si eres un “manitas” tendrás oportunidad además de demostrar cuanto te interesa el último cambio que ha pergeñado para el baño. Usa esta habilidad a tu favor.

- Inteligente. No hace falta que seas un genio de las matemáticas, pero por favor, lee un poco, aunque sea el periódico diario (NO EL AS O EL MARCA), para ser capaz de mantener una conversación mínimamente coherente con tu pareja sobre cualquier otro tema que no sea el sexo.

- Romántico. Ojo, no ñoño, sólo romántico. Sé un poco perceptivo, estate atento, que no cuesta tanto, a las necesidades afectivas de la mujer. Esta cualidad no nos viene de serie, pero no basta con parecerlo. Hay que hacer un esfuerzo de transformación para acostumbrarse a ello, pero una vez iniciado el camino, la satisfacción que produce, además de las recompensas que nos dan ellas, merecen la pena y harán más cómoda la metamorfosis.

- Colaborador. Si te gusta la cocina, tienes medio curso aprobado. Ellas también vienen cansadas del trabajo, sin embargo, antes de meterse en la cama deambulan por la casa en busca de labores sin terminar. Procura ayudar todo lo que puedas para hacer vuestra vida diaria más fácil para ambos. A mí me ha tocado aprender a planchar y fregar como le gusta a mi esposa... y no he muerto en el intento.

- Independiente pero poco. Vale que tú tienes tus amigos. Y ella los suyos... cada uno tiene que encontrar un espacio para estar a solas o con otras personas cercanas. Pero el resto del tiempo, más vale que estés deseando pasarlo con tu pareja. Acostúmbrate a ir de compras, aunque te aburra y te desespere. Planea de vez en cuando un paseo bajo la luz de la luna, disfrutando sólo de su compañía. Cuanto más tiempo paséis juntos, más se afianzará vuestra relación.

- Imaginativo. Sobre todo en el sexo. No dejes que la rutina se instale en vuestra cama. Los hombres hemos dado demasiada importancia al tema del sexo. Muchos viven preocupados del tamaño de su miembro. ¿El tamaño importa? Pues claro... pero no tanto como nosotros creemos. Las mujeres han crecido y saben servirse ellas solitas. Si cumples con todos los demás puntos anteriores, éste no será el más importante, créeme. Ya procurará ella enseñarte el cómo y el cuando.

He dejado a posta en el último puesto el tema del sexo. Primero para que Rachel no me llame la atención diciendo que hablo mucho sobre lo único... Jajajajaja... Y segundo porque es en esto en lo que realmente estamos más en desacuerdo hombres y mujeres. Nosotros le damos demasiada importancia, y ellas, a veces, demasiado poco.

Ya está... dejo abierta la puerta para las rectificaciones y complementos. Ruego asímismo participaciones que rematen y mejoren lo dicho anteriormente, a ver si así logramos un consenso entre hombres y mujeres que nos acerque un poco más y nos haga algo más felices, aunque sólo sea por proximidad.




jueves, 26 de julio de 2007

Asilo político.

Tengo un amigo que conocí por internet hace ya más de 8 años. En todo este tiempo, pese a la distancia que nos separa, no hemos roto el contacto, al contrario, nuestra amistad ha pasado por multitud de fases, como es lógico en toda relación de este tipo, y ha salido reforzada de cada una de ellas. La verdad es que no es un caso atípico en mi vida, ya que he conocido a muy buena gente por internet, incluyendo a mi esposa, que pese a ser de la misma ciudad, no habíamos coincidido nunca y probablemente no hubiésemos congeniado de no haber hablado antes por este medio.
El tema de este amigo es especialmente particular, ya que provenimos de mundos completamente distintos socioculturalmente hablando. Sin embargo, enseguida conectamos en una relación que tiene más de hermanamiento que de amistad.
Mi amigo acaba de sucumbir a la moda, propiciada por los calores del verano, de la separación y el divorcio. Digo que es una moda, porque últimamente me estoy encontrando en medio de una auténtica epidemia de éste mal. Recientemente mi propio hermano ha decidido terminar la relación con su mujer, hace un par de años mi hermana hizo lo propio, y algunos amigos y conocidos más están cayendo a mi alrededor como moscas.

Quizá a mi hermano, con su pérdida reciente, debería haberle prestado más atención, pero por su forma de ser y la manera en que ha tomado la decisión, se le ve más entero y estable que a este amigo al que me refiero.

Noto que necesita a alguien a su lado en estos días, así que he tomado la decisión de hacer el viaje para acompañarlo en tan malos momentos.

Para animaros a ayudarme y para consolar a mi amigo, he elegido esta canción de Pau Donés:


miércoles, 25 de julio de 2007

El novio que todas esperan

Ayer, entre las muchas visitas que hago en la blogosfera, di con la página de una chica que aplicaba su fino sentido del humor al problema de encontrar pareja, DémoNan, que así se llama, arrancó una sonrisa a mi aburrimiento. Y hoy he decidido compensarla por el regalo, devolviéndola una foto del novio perfecto. Así deberíamos los hombres entrar en casa:



La música está a cargo del grandísimo Tom Jones. No es la canción original, pero a mí me gusta más con su voz:

martes, 24 de julio de 2007

Ya no estoy solo contra el timo

En estos días en que la desgracia y los efectos del clima cambiante vuelven a trastornar la vida de media Europa; en que, de nuevo los cínicos campan a sus anchas mesándose los cabellos por lo malos que somos con nuestro medio ambiente, en que los dueños de los poderes de comunicación vuelven a hacer campaña para concienciarnos del cambio climático, incluso tergiversando informaciones publicadas por revistas de prestigio; y en que ésas revistas de prestigio se dejan comprar por los responsables de la orquestación de la campaña; en estos días, digo, me alegra comprobar que no estoy sólo frente al timo que pretenden vendernos con lo del calentamiento global; que hay más gente interesante dispuesta a destapar el engaño, con la inteligencia y visión global necesarias para distanciarse y ver lo que en el fondo es toda esta artimaña.

Hace unos días me encontré en las páginas del Norte de Castilla, periódico de mi ciudad, esta viñeta firmada por Sansón que resume a la perfección las medidas que se están tomando para paliar los supuestos efectos del ficticio cambio climático. Sin más comentarios.

P.D. La revista científica que se ha vendido se llama Nature y no concluye que estos aumentos de lluvia se deban al cambio climático, sino que dice “pero no ha habido evidencia concluyente que estamos viendo efectos humanos”, pero claro, eso ya es suficiente para hacer sonar las alarmas... juzguen ustedes.

lunes, 23 de julio de 2007

Relato (segunda parte)

Volvió la cabeza hacia mí, mirándome en una muda súplica de contacto, mientras se mordía ligeramente un dedo y gemía más fuerte. Mi mano comenzó un suave masaje circular en sentido contrario a las agujas del reloj sobre su vientre, desplazando la piel que cubría su monte de venus y aumentando la presión en cada vuelta; haciendo que las puntas de mis dedos llegasen a rozar levemente su ya descubierto clítoris. Pero no podía quedarme así. Tenia que probarla. El perfume de su piel, su suavidad, su olor a hembra y su dulzura juvenil tenían que saber a gloria, y yo necesitaba saborearlos.

Cambié mi posición para colocarme entre sus muslos; y agarrando con fuerza sus pequeños glúteos atraje hacia mi boca el manantial en que se había convertido su sexo. Ella se incorporó un poco para facilitarme la maniobra. Estaba ansiosa, podía notarlo en la electricidad que emanaba con cada movimiento de su cuerpo. No le faltaba nada para tener un orgasmo que prometía ser desgarrador, así que decidí alargar un poco más su agonía. En vez de dirigir mi lengua directamente a su clítoris, o beber de su vagina como quien bebe de una fuente, sediento, hambriento, como un náufrago del desierto, hice que la punta de mi lengua formara un gancho y me dediqué a recorrer los bordes de sus labios mayores y a separarlos, aún más si cabe, del agujero que me llamaba. Su sabor era difícil de describir. Estaba dulce, muy dulce, como un zumo de piña muy aguado, pero con sabor a tortilla de patatas. Todo en consonancia con su aspecto, con su suavidad, como la carne de un higo, pero sin las pepitas. Si la piel de sus muslos parecía seda, sus partes íntimas tenían la misma textura que la nata. Nunca había sentido una suavidad parecida ni en mis sueños más lujuriosos.

Me deshice de mi chaqueta, que aún tenía puesta, de forma brusca, no sin antes pelear como un desesperado por encontrar rápidamente uno de los preservativos que guardaba. Quería estar tranquilo. Quería parecer frío y controlado. No quería que se notara mi ansia ni la torpeza que nos invade a los hombres cuando estamos a punto de perder la cabeza. Mientras me ponía con manos temblorosas el preservativo, ella aprovechó para coger mi cabeza y tratar de dirigir mi lengua donde más deseaba su contacto. Trató de agarrarme del pelo, pero como lo llevo rapado como un inclusero, se desesperaba y retorcía tratando de hacerme llegar hasta su clítoris; rozándome con sus uñas; agarrándome de las orejas; empujando sus caderas hacia delante, gimiendo y suspirando cuando tan sólo rozaba con mis labios el capuchón que ya hacía rato no podía ocultar el botón de su placer.

Fue entonces cuando pude escuchar claramente su dulce voz. Una frase entera entre gruñidos y jadeos de placer y desesperación:

- ¡Argggfff...! Si... si vas a hacer... ¡ahh!.. algo m... más... ssss... éste es el momento... no creo que pueda resistir mucho mmm... máaasss... mucho tiempo... ¡ooh!

Sonreí... Y levanté la cabeza de entre sus piernas. Dudé sólo el tiempo suficiente para leer en sus ojos que verdaderamente estaba a punto, que deseaba llegar al momento en que el tiempo se paraliza y el placer te arranca suavemente los riñones de su sitio. Nuestras miradas se encontraron en la penumbra del tren y se conectaron como dos ríos que se juntan y se mezclan para no volver a separarse jamás. Las corrientes de nuestros pensamientos se juntaron para formar unidas una sola mente, con un solo objetivo común: alcanzar el máximo placer.

Para no hacerla sufrir más, apliqué mis labios a su clítoris, cubriendo con mi boca todo su sexo, pequeño, pueril, casi virginal y comencé a mover mi lengua blanda sobre el secreto pedazo de carne que sentía palpitar contra mis labios. Ella, que me había sonreído durante la pequeña pausa que había hecho, empujó mi cabeza para alejarla de su vientre. Quizá pensó que no era el momento de ser egoísta. O quizá lo que quería era algo más que el roce de mis labios contra su carne; pero siguió empujando hasta volver a poner mi cabeza a distancia de su cuerpo. Apoyó sus manos sobre mis hombros y, clavando su mirada en mis ojos, se deslizó suavemente del asiento para ensartarse con fuerza, casi con furia en mi polla. Gritó. Fue un grito animal, básico, atávico, brutal. Por la posición en la que me encontraba, de rodillas frente a ella, apenas había introducido la mitad de mi pene en su interior. Sin embargo, por el orgasmo que acompañaba a su alarido, nacido del fondo de su garganta, como un rugido, parecía como si el miembro la estuviera desgarrando por dentro.

Se derramó sobre mí como un jarrón que se rompe, dejando caer su contenido sobre mis pantalones. Su vagina apretó la punta de mi pene con desesperación, con fuerza, como recorrido por descargas eléctricas que su cuerpo no podía y no quería controlar. Golpeaba con su vientre mi barriga, haciendo palanca con los riñones contra el borde del asiento.

Cuando lentamente, el placer remitió, clavó en mí una mirada profunda. Suspiraba aún dejando escapar las últimas oleadas de placer cuando su boca se unió a la mía en un beso húmedo, lascivo, hambriento. Adiviné que no habíamos acabado. Me empujó suavemente de los hombros, tratando de cambiar mi incómoda posición. Yo estaba desbordado por asistir como espectador a tal marea de placer. Pero no quería dejar de abrazarla. Esperaba pacientemente que su interior se recobrara de la tormenta para poder moverme y no irritar ni siquiera un poco su preciosa intimidad.

- Sigue –Me dijo, casi en un susurro.

Era una orden. Pero era tan dulce que no pude resistirme a obedecerla.

Agarrándola fuertemente de los glúteos, la elevé sobre mis caderas. Me puse en pie y la llevé conmigo hasta el asiento. Durante todo el viaje en mis brazos, ella se abandonó a la contemplación de mi cara. Parecía no querer olvidar ninguno de mis rasgos. Y parecía querer absorber todo mi sexo dentro del suyo. Sin separar ni un milímetro su pelvis de la mía, se abrazó a mi cuello y acompañó cada uno de mis movimientos hasta acomodarnos en el asiento junto a mi ordenador. La viscosidad de sus flujos me hacían sentir como la boa que engulle su presa, pero al revés. Como la serpiente, su mirada capturó mis ojos. Y yo me dejé hipnotizar.

En aquel momento, notamos como el tren frenaba lentamente.

- Es Ávila –acerté a murmurar-.

- No importa. No te muevas por favor –susurró junto a mi oreja-

Por un momento, pensé en lo absurdo de toda aquella situación. En lo incómodo que sería si algún viajero tenía el acierto de elegir nuestro compartimento. Ni siquiera podríamos disimular. Su tanga y mi chaqueta habían quedado en mitad del suelo, delatando fehacientemente que la posición en la que estábamos era algo más que un juego. Joder, si ni siquiera sabía cómo se llamaba...

No sé si fue el miedo a ser sorprendidos, los nervios o qué, pero mi pene comenzó a flojear en su interior, dejando parte de su vientre sin el duro contacto que la tenía llena y aletargada. Al notar mi distanciamiento, me miró fija y dulcemente a los ojos, de nuevo.

- ¡No!... No... Espera un poco... – cuchicheó con desesperación- No te apartes aún.

Y cogiendo mi cara entre sus manos, me dio un beso dulce y profundo, muy lento, a la vez que sus caderas comenzaron un balanceo lento y corto, apretando con sus músculos el miembro para evitar que se escapara de su interior. Aquello tuvo un efecto vivificador en mi polla. Ya no me importaba si alguien entraba de repente. No me importaba si el tren volvía a iniciar la marcha. No quería saber nada más del mundo, del tren, del revisor. Toda mi esencia se concentraba en unos músculos pegajosos que atraían mi carne a su interior y llamaban de nuevo a mi placer. Dejé vagar mis manos frenéticamente por su cuerpo como sabuesos en busca de una liebre. Al llegar a sus hombros, deslicé los tirantes de su vestido y su sujetador en un solo movimiento para dejar al descubierto dos pequeños pechos redondos y muy blancos, con unos pezones mínimos, casi infantiles y unas aureolas oscuras, casi sólidas surcadas por multitud de arruguitas. Tomé una de sus tetas en mi boca con voracidad, como si estuviera a punto de devorarla, como una manzana fresca, mientras mi otra mano hurgaba en busca de una puerta trasera donde distraer el placer de su dueña.

Ahora, su lento vaivén del principio, se había transformado en un traqueteo rítmico y feroz cuyos límites se hallaban en el hueso de mi vientre y el dedo violador que la penetraba por detrás.

Mis labios y mis dientes castigaban sus pezones para que mi lengua se encargara de curar el daño causado por aquellos agresores. Sus dedos apresaban mi nuca y empujaban mi boca al encuentro de su lengua invasora. Sus rodillas apretaban mis costillas como una pitón a su víctima. Sus pies empujaban mis riñones al encuentro de nuestras caderas, que chocaban y chocaban cada vez con más violencia... Un grito desgarrador comenzó a nacer del fondo de su garganta, asustando a su lengua y subiendo al encuentro de mi saliva.

- ¡Uhmmm...mmmm...ffffff... Ufffff... Aaarrggghhhh! ¡Sí...! ¡Sí...! ¡Dioooossss!

¡Dios! Si... – gritó en medio de un vendaval de placer- Sí... sigue... no te pares...

Yo no la escuchaba. No podía pararme. Estaba embelesado contemplando su goce. El éxtasis me sorprendió desprevenido. Un fuerte empujón nació de mis riñones, bajó hasta mis muslos, invadió mis testículos y subió como un geiser a lo largo de mi miembro para ir al encuentro de sus entrañas, sin frenos, sin barreras, como un río desbordado choca contra las olas del mar y se envuelve con la marea.

Bajando la cabeza y apoyándola contra mi hombro dijo:

- Otro... otro... me voy a correr otra vez... ¡mmmmmmmmmmm! – Dijo-.Y se apretó fuertemente contra mi pecho.

Sus brazos se fueron relajando poco a poco, abandonando mi castigada nuca y deslizándose por mis hombros hasta abrazarme desmadejada, deshecha, vulnerable.

- ¡Jijijijijijijiji! –Me sorprendió su risa- Vaya locura ¿no?

- Sí... no me lo esperaba, la verdad – sonreí satisfecho-

- Ni yo... no pienses que hago esto a menudo. -Se incorporó lentamente, como sobreponiéndose a un gran esfuerzo y me miró a la cara, esperando una respuesta. En sus ojos brillaban unas lágrimas que aún pugnaban por salir del mar de sus órbitas

- No, la verdad es que en la última media hora no se puede decir que haya pensado mucho. – Contesté tratando de hacer que el buen humor rebajara la tensión del momento.

Ella respondió a mi sonrisa con franqueza. No hacían falta más palabras. Ya nos habíamos justificado lo suficiente y nuestro espacio vital comenzaba exigir que nos separásemos. Cuando iniciaba el torpe movimiento para tratar de sacar sus pies de detrás de mi espalda, la apreté de nuevo contra mí.

- Espera –Dije. Y tomando su barbilla con mis dedos la besé dulcemente. – No hay prisa, no tengas miedo.

- No es miedo, pero me siento un poco incómoda. –sonrió. Y con alegría añadió- Además... se me están quedando dormidas las piernas... Jajaajaja...

- Jajajajajjajajaj...

La risa tuvo el efecto de hacer nuestra separación un poco menos embarazosa y más natural. Al principio nuestros cuerpos hermanados por el placer se resistieron a abandonar a la pareja de goce. Su sexo no quería verse vacío y tuve que pelearme con el mío para recuperar el preservativo usado y envolverlo en un pañuelo de papel.

Mientras recomponíamos nuestras ropas no dejamos de reírnos de nosotros mismos, de la situación, de la posibilidad de vernos sorprendidos in franganti, de los gritos proferidos durante el orgasmo, que seguro habían sido escuchados por los viajeros de otros compartimentos, y de nuestras estentóreas carcajadas, tan delatadoras como los gritos.

Recuperó sus sandalias y me contó que tenía billete para un coche cama, pero que sus compañeros de habitación roncaban y había decidido cambiar de sitio para tratar de dormir un poco. Volvimos a reinos con la incongruente realidad. Yo la conté que volvía a casa después de un día de lo más aburrido. No nos dimos más detalles personales que el intercambio de fluidos que habíamos disfrutado. No me dijo su nombre ni yo le di el mío.

Seguimos con una divertida conversación hasta que llegó el momento de bajarme . La besé en la boca con pasión. El olor de su sexo me acompañó hasta mi casa mezclado con los pelos de mi perilla, resbalando por la piel de mis genitales, escondido en los pliegues de mi ropa, marcado a fuego en mi memoria.

Al día siguiente, cuando se lo contaba a mi mujer, y después, haciéndole el amor, lo que más recordaba era su fragancia.

Luego, cuando volví a coger el tren que me llevaba de vuelta a Madrid, quise alimentar la esperanza. Quizá por esas cosas de la vida nos volviéramos a encontrar.

domingo, 22 de julio de 2007

El sentido del humor

Recientemente mis admirados Les Luthiers han recibido un galardón importante: la Encomienda de Número de la Orden de Isabel la Católica. Probablemente el mayor premio que se puede dar a un extranjero. Aunque llamar extranjeros a estos hermanos argentinos es, ya en sí, un antipremio bastante considerable. Pero supongo que nos perdonarán y seguro que harán un chiste aprovechando la circunstancia. Enhorabuena por el premio.

Y es que el humor es probablemente, usando el tópico más manido, el idioma más universal que existe. Todo el mundo sabe lo que significa la risa. Una sonrisa se puede interpretar de varias maneras. Pero la carcajada limpia, espontánea, no tiene más sentido que el de liberar energía positiva y manifestar una alegría consciente y sin segundas intenciones. Es por ello que suelo decir que el humor es a la inteligencia lo que la humedad al agua. No se puede ser inteligente sin sentido del humor. Por tanto, no se puede disfrutar de la vida sin él. Seguro que todos conocemos a algunas personas con un nivel cultural sobresaliente, cuyo uso de la palabra y de sus artificios les convierte en afilados comentaristas, brillantes oradores e ironistas despiadados. No obstante, todo ése artificio no tiene aplicación sobre su propio mundo, ya que carecen del sentido del humor necesario para alegrar sus propias vidas. Y ahora, que dedico parte de mi tiempo a explorar los blogs de los que son más cultos que yo y saben expresar lo que les rodea con más belleza que uno mismo, soy más consciente que su poesía es triste, apagada, enferma y su prosa es ácida, deprimente y automarginante. De resultas, me parece a mí, que su vida debe ser triste y por tanto, la dedican a menospreciar y vilipendiar la de los demás...

Recuerdo claramente a mi abuelo decir que el mejor chistoso era el que sabía decir: "Que bonito día hace hoy" de tal manera que a los demás les hiciera gracia y fueran capaces de disfrutar del día más oscuro y lluvioso. Años más tarde, en una entrevista al gran Gila... perdón, esto merece unas mayúsculas: en una entrevista al GRAN GILA, el mayor humorista de todos los tiempos, mejor incluso que el gran Chaplin, decía algo muy parecido: "El secreto de hacer reír no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas, las pausas y la intención es lo que hace realmente gracia". Después, a lo largo de mi larga vida como espectador, he podido comprobarlo en más de una ocasión y he observado también que los grandes actores de nuestra época son aquellos capaces de hacerte reír. Porque si son capaces de provocar una emoción tan intensa cuando estás poco dispuesto y hacerte soltar una sonrisa, cuando se ponen a hacerte llorar o a meterte miedo, lo bordan. Como ejemplo baste citar a Alfredo Landa o a Robin Williams que después de hacernos reír durante años, se destaparon como actores de primera en papeles memorables. El de psicópata de éste último es el más logrado que yo he visto en toda mi vida.

Nada más. Os dejo disfrutando de 10 minutos de los chistes más escuchados del GRAN GILA, que no por saberlos de antemano hacen menos gracia. Y reíd... que la risa aumenta la inteligencia, os lo digo yo.


viernes, 20 de julio de 2007

Extinción sí... pero personal

Ahora que está de moda eso de ser ecologista, de preocuparse hasta la paranoia del calentamiento global y esas cosas que tanto dinero y puestos de trabajo "parásitos" dan, no estaría de más recordar algún principio básico del verdadero ecologismo: "Cualquier injerencia en un sistema ecológico altera su equilibrio". Hasta la observación de un sistema equilibrado puede afectar a dicho equilibrio. Por supuesto que todos los sistemas equilibrados tienden a la entropía y que ése mismo desorden se utiliza para mantener el equilibrio (muchos equilibrios en la misma frase... me temo que voy a dedicarme al circo en vez de a escribir, bueno, espero que se me entienda).

Pero hay desórdenes que no se pueden recuperar. Pensemos en cómo se determina el ritmo de extinción de especies por el tan de moda "calentamiento global": Se envía a un pobre becario a un prado, donde pegue el sol de plano, para que se vaya haciendo al trabajo de campo. Se le hace delimitar un metro cuadrado de pasto, y se le pone a capturar y clasificar todas las especies que pueda encontrar en tan exiguo espacio. Os aseguro que son muchas... de hecho suele tardar, por muy eficiente que sea el aprendiz, más de dos meses en identificar y recolectar; y más de seis en clasificar, contar y elaborar los informes que luego sus jefes firmarán como propios. Por supuesto este método científico tiene más de estadístico que de científico, ya que cuando el becario se arrodilla para recoger espécimenes, muchos de ellos pegan un salto y se cambian al metro cuadrado siguiente... con lo cual es difícil contarlos y se les puede dar por extinguidos... jejejejeje...

Bueno, la idea es la siguiente: ¿Que pasaría si en vez de éste método al becario le diera por vallar el metro cuadrado que le corresponde y pegarle fuego?¿Y si acabado con eficiente celeridad el trabajo encomendado su jefe le diera vía libre para continuar con el metro cuadrado siguiente?¿Quién sería el responsable?
Yo lo tengo bastante claro: ambos, el jefe y el becario son responsables de la verdadera extinción de las especies de su parcela. Tanto el que comete el crimen de facto, como el que firma responsablemente la extinción de las especies.

Pues con lo seres humanos la situación es la misma, pero más grave. Me explico:

Matar a un ser humano hace que se extinga una serie completa de genes que no sabemos qué beneficios generales darán al sistema. Cualquiera de los descendientes de ése ser humano podría haber sido el que descubriera una nueva fuente de energía, un nuevo sistema de propulsión, una cura para el cáncer, una manera de vencer al SIDA o un programa informático que nos permitiera desentrañar de una vez por todas el mapa del genoma humano. Pero ojo, si además el ser humano extinguido por el becario es además una persona culta, con opiniones propias, amante de las libertades y contraria a la violencia; las probabilidades de que estas ventajas generales para el sistema desaparezcan se multiplican hasta el infinito. El razonamiento es obvio: sus descendientes tienen parte del camino ya recorrido.

El problema importante es que, al contrario que con los bichitos del primer párrafo, la entropía del sistema no permite recuperar las condiciones necesarias para que ésa línea genética se recupere, al menos en un futuro próximo. En otras palabras: no hay bichitos humanos que salten al metro cuadrado siguiente.

Toda esta introducción, en apariencia sin sentido, me ha venido a la cabeza al leer una noticia, buena noticia para ser la excepción que confirma la regla: El hijo de la gran puta de Ricardo Cavallo va ser juzgado por crímenes contra la humanidad aquí en España. El Supremo a dictaminado, con buen criterio, que es mejor juzgarle aquí que dejarle en manos de sus amigos, de sus jefes, de los que firmaban sus informes de campo y de los que aprobaron la ley que eximía a los generales de la dictadura argentina de responsabilidades en los crímenes cometidos entre 1976 y 1983. En su parcelita de la la escuela superior de mecánica de la armada, este becario, junto a sus amiguitos, extinguió a 30.000 bichitos humanos... ahí es nada...
En siete años 30.000 personas... 4.286 personas al año... doce personas diarias... una cada dos horas, sin contar los descansos de comer y dormir. Lo que me extraña es que la fiscalía sólo pida 21.000 años de cárcel al responsable de esta extinción en masa. Ojalá que sea porque algunos bichitos saltaron al metro cuadrado siguiente...

Relato

Me gusta viajar en tren. Siempre me ha parecido un medio de transporte muy romántico, favorecedor de las relaciones humanas y sobre todo, cómodo. Así que cuando, por motivos laborales, comencé a viajar asiduamente a Madrid, decidí rápidamente que aparcaría el coche y lo utilizaría todo lo posible. Pronto, mis idas y venidas se convirtieron en algo casi diario; y el tren me permitía durante dos horas y pico, preparar mis entrevistas de trabajo antes de la llegada a destino, con lo que la teórica pérdida de tiempo se convertía en realidad en una inversión. Podía, gracias a los viajes, dedicar mi tiempo libre a otras cosas, mientras transformaba los desplazamientos en horas efectivas de trabajo, además de librarme del estrés del caótico tráfico de la capital.
Debido a mi actividad, no siempre cojo el mismo tren. En ocasiones uso el que llamamos aquí “el de los ejecutivos” que sale a las 7:11 h y llega a Madrid a las 9:45 h; donde todos o casi todos los viajeros enchufamos el portátil casi antes de conectar nuestras posaderas con el asiento. En otras, prefiero madrugar menos para llegar justo antes de la hora de la comida en un tren que llega desde Vitoria; éste hace un recorrido con muchas paradas y paisajes montañosos, arbolados cerrados, encajonamientos de rocas irisadas, profundos valles verdísimos y otras muchas distracciones que lo hacen especialmente bello, distrayéndome en ocasiones de la monotonía del ordenador, o permitiéndome reflexionar tranquilamente durante la contemplación por la ventanilla de las preciosas vistas.
Mi vida transcurre así, casi sin darme cuenta, entre trayectos relajantes que permiten mantener mi nivel de estrés dentro de los límites de la cordura, practicando sin saberlo la cultura del slow down mucho antes de que se pusiera de moda en nuestro país.
Para la vuelta a casa, suelo tomar un regional exprés que sale de Madrid a la 20:30 h, aunque en ocasiones, sobre todo cuando los cursos o reuniones de trabajo se alargan hasta después de la hora de cenar, prefiero coger un tren que se llama Costa Vasca. Éste es un tren a la antigua, con sus vagones divididos en compartimentos a lo largo de un pasillo, con su puerta y sus cortinas que separan del corredor y permiten cierta intimidad; con sus asientos alargados a ambos lados del compartimento, con vagón restaurante y sus vagones litera, extrañamente incómodos.
Durante el verano pasado tuve que usar con frecuencia este último tren para volver a mi ciudad, ya que me tocó en varias ocasiones asistir de ponente en algún curso. Por desgracia, mi forma abierta de impartirlos suele hacer que se alarguen innecesariamente para debatir con los alumnos y aclarar dudas usualmente vanas, repetitivas, que deberían haber quedado claras durante el desarrollo de la clase, pero que muchos alumnos, con ganas de destacar, se empeñan en subrayar.
Aquel jueves, después de despedir a uno de los alumnos con evidentes síntomas de intoxicación etílica por culpa de buffet de la merienda, decidí quedarme a dormir en Madrid, en el mismo hotel en el que impartía las clases. Llamé a mi esposa para avisarla del cambio de planes, prometiendo volver al día siguiente en el tren de la noche, y , si podía acortar todo lo posible la sección de ruegos y preguntas, llegar a casa antes de que se metiera en la cama.
Cuando el recepcionista del hotel, tras consultar con el gerente de turno, me confirmó que no había ni una sola plaza para pasar la noche; pensé que no era cuestión de buscar habitación en un hotel distinto y que podía darle una sorpresa a mi mujer: aún estaba a tiempo de tomar el Costa Vasca sin darme demasiada prisa. Podía presentarme en casa a dormir y volver al día siguiente, ya que mi turno de ponente no comenzaba hasta las 16 h.
Pedí un taxi que me dejó en la estación diez minutos antes de la partida de mi tren. El tiempo justo de coger el billete y presentarme en el andén correspondiente casi a la carrera, pues ya anunciaban por megafonía la salida. Busqué un compartimento vacío junto al vagón restaurante y coloqué mi maletín en el portaequipajes de encima de mi cabeza justo cuando el tren iniciaba su recorrido.
Me dolían los ojos, estaba cansado y hambriento; y como en el tren ya no se podía fumar más que en el restaurante, pensé en aprovecharme que no había paradas hasta llegar a Ávila para acercarme a dicho vagón, tomar una cena ligera y echar un cigarrillo. Con un poco de suerte, Álvaro, uno de los camareros con lo que había hecho amistad durante varios viajes, estaría de turno y me distraería contándome algún chascarrillo o poniéndome al día de la actualidad de los fichajes de la liga de fútbol. Cuando salía del compartimento, casi choqué con Pepe, uno de los revisores habituales con el que también había coincidido muchas veces en el vagón restaurante:

- Buenas noches, Pepe. ¿Cómo va el servicio hoy? – Saludé alegre-.
- Bien, bien, no hay mucha gente. ¿Vas a echar un pito?
- Sí –contesté-. Voy a ver si Álvaro me pone algo caliente para cenar y me distraigo un rato –dije tendiendo mi billete para que lo picase-.
- Pues va a ser que no... Hoy no está él de servicio. Pero si me esperas diez minutos, te acompaño y te doy un rato de palique – dijo devolviéndome el pasaje agujereado. Y echándome un vistazo, continuó- No hace falta que cargues con el maletín. Déjalo en el compartimento; apenas hay viajeros, y como hemos salido desde Atocha, ya están casi todos dormidos. No creo que haya mucho movimiento esta noche.

Dudé apenas un segundo, pero mi profesión consiste en mantener buenas relaciones con todo el mundo, y el secreto del éxito es precisamente saber en quién confiar, así que con un encogimiento de hombros contesté:

- Vale, te espero tomando algo y te invito a uno de esos puritos aromáticos que sé que te gustan.
- Diez minutos y estoy contigo – contestó abriendo mucho los ojos y anticipando el placer oloroso-.

Después de un rato de conversación, una frugal cena y un par de cafés, volví a mi sitio. El compartimento estaba a oscuras y con las cortinas echadas. En principio pensé que Pepe había tenido la gentileza de cerrarlas para evitar que nadie viera mi escaso equipaje; pero al abrir la puerta corredera, comprobé con sorpresa que una chica joven estaba acostada en el asiento frente al mío, con una mochila por almohada. Inmediatamente, dirigí mi mirada hacia el lugar donde había dejado el maletín. Allí continuaba, intacto. De hecho, apenas se veía, tumbado como estaba sobre el portaequipajes. Entre silenciosamente para no molestar a la otra pasajera.
La muchacha, vestida con una falda larga estampada con pequeñas flores rojas y una camiseta de tirantes, había dejado sus sandalias romanas cuidadosamente debajo del asiento. Su cuerpo, demasiado delgado, estaba echado de lado con las piernas encogidas y los pies apuntando hacia la ventanilla. No entiendo cómo no pudo escucharme al entrar; debía dormir profundamente, porque ni siquiera cambió el ritmo de la respiración cuando ocupé mi asiento, abrí mi maletín y encendí mi portátil. En realidad no tenía apenas trabajo atrasado, pero me parecía de mala educación quedarme allí simplemente contemplándola, o más bien adivinando las formas de su huesudo cuerpo en la penumbra, así que me empeñé en mirar ceñudo la pantalla mientras revisaba distraído los correos electrónicos que habían llegado a mi cuenta.
En un momento determinado, la otra pasajera hizo un movimiento en sueños, haciendo un pequeño ruidito con la respiración al moverse. Miré disimuladamente hacia ella para ver si se había despertado. Mi mirada se quedó prendada de su cuerpo. Era rubia ceniza, con el pelo rizado; y con el movimiento onírico había colocado las piernas en ángulo recto. Una apoyada en el asiento que usaba de cama, y la otra junto al respaldo que hacía tope contra su espalda. Estaba viviendo el sueño de todo hombre, ya que todos somos algo mirones. La muchacha con su postura me ofrecía una visión perfecta de su ropa interior: un tanguita de hilo dental de color carne. Traté de volver la vista a la pantalla, pero estaba como hipnotizado por la visión. Por una parte, me daba corte que la chica se despertara y se diera cuenta que estaba observando la entrepierna que me enseñaba accidentalmente. Por otra, mis ojos recorrían, como si fuera mi lengua, el borde de aquel tanga, adornando más que tapando los labios mayores que se me mostraban.
Miré más descaradamente aquel paisaje, deleitándome con sus curvas y valles. Aprovechando la luz que erráticamente llegaba desde el exterior me descubrí tratando de ver cómo llevaba adornado el pubis, ya que se veía en sus labios los efectos de una depilación reciente. No sé si fueron mis pensamientos lúbricos o mi mirada que se estaba solidificando sobre su cuerpo; pero, de repente, me pareció ver que su monte de venus se contraía, como bajo los efectos de una caricia leve. Me fijé más detenidamente: Sí, ahí estaba de nuevo la contracción... Sonreí para mis adentros.
Me incliné hacia delante, acercándome un poco más a ella y la miré a la cara. Estaba en fase REM, o sea que dormía profundamente. No había posibilidad de que se despertara de repente ni de que estuviera fingiendo para ver como reaccionaba yo. Durante un segundo pensé en dejar de lado lo que estaba haciendo y concentrarme en mirar tan bello espectáculo, pero el pudor me venció. ¿Y si se despertaba y me descubría observándola? Con el ordenador encendido al menos tenía una excusa para disimular y no hacer más violenta la situación. Además los sueños eróticos de mi compañera de viaje no eran cosa mía, podían muy bien haberme pasado desapercibidos.
Refugiándome tras la pantalla de cristal líquido seguí deleitándome con el espectáculo de sus órganos femeninos en plena tormenta. En realidad, el tanga era el culpable de aquella situación. Encastrado fuertemente en el perineo de la desconocida, restiraba de la piel de su vientre, haciendo que la costura del triangulo bordeara y rozara levemente la entrada a su vagina con los movimientos de su propia respiración. No pude evitar otra sonrisa al pensar en lo molesto que sería cuando despertara, me viera allí y no pudiera ajustar la indiscreta prenda en su lugar.
La joven pasajera hizo otro movimiento para tratar de acomodarse de nuevo, supongo que para evitar el molesto roce de la lencería, lo que me hizo desviar de nuevo la mirada a su cara. Seguía profundamente dormida. Cuando mis ojos volvieron a posarse en sus muslos no podía creer que hubiera tenido tanta suerte. El tanga se había desplazado con el último movimiento dejando al descubierto uno de sus labios mayores, ya fuera del todo de la prisión a la que le había estado sometiendo aquel minúsculo trozo de tela. El resultado era favorecedor para mi mirada pervertida. Ahora podía observar claramente que estaba totalmente depilada a través de la transparencia de la tela. El inconveniente para su dueña es que ahora era uno de sus labios menores el que sufría la tortura de la presión; aunque por los movimientos, que se estaban haciendo cada vez más pronunciados y rítmicos y por la humedad que comenzaba a empapar sus bragas, no parecía encontrarse nada incómoda...
Mi imaginación masculina comenzó a trabajar a toda máquina. ¿Y si se despertaba con un apetito voraz de hombre?¿Sería capaz de tomar la iniciativa y echarse encima mío como una de esas ninfómanas de leyenda?¿Me veía yo capaz de actuar como los galanes de los relatos eróticos? Sin darme cuenta, mi corazón se estaba acelerando ante la posibilidad de un contacto que tenía tantas posibilidades de llevarse a cabo como las que tiene un novato de hacer hoyo en un solo golpe jugando al golf: ninguna. Lo más probable es que la chica se despertara de repente y me viera observándola con aquella mirada lúbrica y, o bien montara un escándalo, o bien se sintiera tan cortada que fuera incapaz de decir ni buenas noches. No obstante, por si acaso, palpé el bolsillo de mi chaqueta donde suelo guardar los preservativos... Siempre he sido de la opinión que la imaginación de los escritores tiene que tener una base real.
Entretanto, los movimientos de la muchacha se estaban convirtiendo en una masturbación en toda regla. Su respiración se tornaba irregular por segundos y era evidente, por el vaivén de sus caderas, que estaba disfrutando de lo lindo con aquel sueño erótico. Su placer estaba extendiéndose por entre las capas de sueño y no tardaría mucho en despertarse. Por mi parte, la erección que había comenzado a crecer entre mis piernas abiertas no era fácilmente disimulable ni siquiera con la pantalla del portátil en medio.
Me asusté de veras cuando la chica volvió a acomodarse en el asiento. Esta vez sus manos se dirigieron descaradamente a su pubis, acompañando el movimiento de sus caderas con evidente intención. Ya no sabía dónde meterme, y por un momento, pensé en apartar el ordenador y hacer otro viaje al vagón restaurante. Quizá eso sería lo más caballeroso por mi parte. Fumar un cigarrillo y dejar a mi acompañante a solas con su placer. Pero, por otra parte, además de estar disfrutando a tope con el espectáculo, cualquier movimiento por mi parte, incluso la más leve respiración, probablemente daría al traste con el juego de la mujer, además de crear una situación insostenible para ambos; así que contuve la intención de toser, de moverme, casi de respirar. Por aquel entonces, la viajera ya había apoyado el interior de los nudillos de su mano derecha sobre su clítoris, apartando con la zurda la molesta falda y ayudando a la diestra a aumentar la presión sobre el pubis. Soltó un gemido leve, abriendo un poco los labios y separando todo lo posible sus muslos.
En aquel momento, abrió los ojos levemente. Pude notar con claridad el respingo que la produjo la sorpresa al verme allí. Se detuvo al instante. Sus ojos se abrieron totalmente para clavar en mí una mirada húmeda pero llena de miedo. Creo que se dio cuenta que ya había avanzado demasiado para iniciar una maniobra de disimulo. O quizá ya no la importó lo que yo estuviera pensando. Probablemente ya sólo el placer era lo importante para ella, así que volvió a cerrar los ojos despacio y entreabrió los labios para dejar escapar un suspiro que tuvo la cualidad de sacarme de mi parálisis temporal. Todos mis músculos se relajaron a un tiempo, bueno, todos no... y pude soltar el aire que había estado conteniendo en mis pulmones durante unos segundos.
La mujer se relajó visiblemente y continuaba con las maniobras dirigidas a complacer el ansia que la envolvía. Los dedos meñiques de ambas manos se deslizaron por los elásticos del tanga, apartando la prenda de la humedad que por aquel entonces ya brillaba profusamente alrededor de su sexo. Mojó los dedos mayores de la mano derecha y dedicó una especial atención a su clítoris, rozándolo suavemente con su dedo índice mientras los otros dos dedos jugaban con los labios menores perezosamente.
No tenía sentido alguno seguir disimulando, así que aparté el portátil a un lado y me acomodé lo mejor que pude para poder liberar la presión que a mi vez estaba sufriendo en la entrepierna. Mi compañera de viaje debió notar el movimiento, pues abrió los ojos y me dedicó una mirada lúbrica que tenía más de invitación que de límite.
Animado por su beneplácito, bajé la cremallera de mi pantalón y saqué mi polla de la prisión en que se había convertido mi propia ropa interior. Mientras, ella estaba introduciendo lentamente dos dedos dentro de su vagina para retirarlos después y hacerles viajar por el cañón de los placeres hasta el clítoris, donde se demoraba un poco antes del viaje de retorno. Pude adivinar, más que ver, una sonrisa en sus labios. Aquella situación estaba siendo de lo más excitante y placentera para ambos. De repente, clavó los talones en el asiento sobre el que estaba tendida, terminó de subir del todo la falda hasta la cintura y se bajó de un tirón el maldito tanga, que ya debía estar torturándola en exceso. No me lo podía creer. Estaba retirando conscientemente la última barrera entre mi mirada y su sexo. Si aquello no era una clara invitación, no lo sería ninguna otra después. Si no me lanzaba en aquel momento, no habría más oportunidades de hacerlo ni indicación por su parte que me franqueara el paso más claramente.
Me puse de rodillas junto a ella. Mis manos tomaron dulcemente su pierna izquierda: mi derecha en su tobillo y mi izquierda en la cara interior de su muslo, junto a la rodilla. Mientras posaba su pierna en el suelo, la más atrevida de mis manos disfrutaba de la suavidad de su piel acercándose lentamente a su ingle.

¡Si! –dijo levemente separando al máximo sus rodillas. Su voz era dulce, juvenil, femenina. Una promesa de placer y un discreto perfume de sus labios llegaron hasta mí con el suspiro que exhaló cuando mis dedos entraron en contacto con su pubis rasurado.

miércoles, 18 de julio de 2007

Fantasías

Hace unos días fuimos a comer a casa de una amiga muy íntima. Tanto que suelo comparar nuestra amistad con el amor que se tiene por una hermana; aunque me llevo mejor con ella que con mi hermana, por cierto. Tenemos mucho pasado común y mucha confianza para hablar de cualquier cosa, puesto que juntos hemos compartido desamores, trabajo, sentimientos, sexo, confidencias, etc.
El caso es que, durante la comida, entre otros muchos temas, se tocó el de las fantasías. Y mi amiga hizo una declaración que realmente me sorprendió:

-"Yo es que ya he cumplido con casi todas mis fantasías... Y las que no haya cumplido pienso cumplirlas junto a A."

A. Es su actual pareja. Un chico majete y bastante más normal que los que suele elegir para compartir la parcela sentimental, muy deteriorada en los últimos tiempos, debido a las malas elecciones. Por fortuna, esta vez parece que ha acertado, a mi modo de ver.
En realidad, lo que más me sorprendió no fue la declaración de mi amiga. Entiendo que ahora mismo está muy enamorada de su chico y que, quizá, sólo quiso hacerle un halago. Pero escuchar, precisamente de sus labios, tamaña desfachatez me hizo un poquito de pupa. Ella, con la que tanto he compartido y con la que tantas veces he caminado por sendas poco transitadas, tanto juntos como por separado... La intención de limitar su futuro de esa manera me chocó, sobre todo por lo que implica de castración intelectual, no sólo sexual.

El caso es que la respondí, como suelo hacer cuando veo a las personas a las que aprecio equivocarse, quizá con demasiada efusividad, elocuencia o agresividad:

-"¿Como puedes decir eso con tanta tranquilidad M.? Las fantasías no se pueden atar con un nudo de compromiso, no se pueden sujetar por un sentimiento amoroso ni se pueden enjaular por un matrimonio o una relación".

Por desgracia, suelo expresarme también así, con esa contundencia; como sentando cátedra, cuando me enfado. Y eso, unido a mi apariencia agresiva, salvaje, lleva a aquellos que me rodean a suponerme indignado y al borde del uso de la violencia. No es en absoluto cierto, y M. que me conoce bien, lo sabe. Pero esto no impide que las discusiones se zanjen como por arte de magia. Imagino que piensan que si no obvian el motivo de mi explosión, me echaré a su chepa en forma de leopardo y los destrozaré con mis colmillos, mis brazos y mis palas de remar. (Ante la duda, echad un vistazo a la foto)

La discusión, por supuesto, no continuó. Una lástima, porque se me quedaron muchas cosas que decir en el tintero.

Amo a mi mujer (claro, si no no me hubiera casado con ella). Eso, que de por sí, se le supone al matrimonio como el valor al soldado en la cartilla del servicio militar; es, en mi caso, una declaración de principios. No dudo que en los demás no lo sea. Pero en mi caso concreto tiene un significado especial, puesto que a lo largo de mi vida sentimental he tenido ocasión de probar muchas frutas de distintos árboles, por decirlo de forma lírica.

Este sentimiento que nos une se ve blindado además por la decisión consciente y responsable de criar una hija en común, que está siendo una de las pocas alegrías que me ha dado esta vida.

(Vaya, ya me estoy poniendo melodramático... cambio de registro)

Ya he vuelto. Un paseo y un cigarrillo es lo mejor para no caer en la tentación de contaros lo azarosa que ha sido mi vida... jajjajajaja...

Decía que lo que siento por mi pareja no es óbice para tener fantasías con otras mujeres. Después de todo, las mujeres hacéis lo mismo continuamente, aunque no todas lo admitan. A mí no me pesa reconocerlo públicamente: Mi mayor fantasía sería tener una cuadra de sumisas dispuestas a explorar su sexualidad a mis órdenes. Bueno, eso entre otras muchas fantasías que mantengo, fomento, y entre algunas de las cuales me gustaría incluir a mi mujer.

Para mi fortuna, o quizá porque he sabido mantener una buena comunicación al respecto con ella, tengo la suerte de contar con el beneplácito de mi esposa que conoce como nadie mis perversiones, mis "deslices", mi tendencia a coquetear y las relaciones que entablo y/o mantengo con otras mujeres a través de la red. Es por eso que, cuando alguna de las nuevas amistades que realizo me pregunta sobre este tema, suelo decir que no me dedico a "engañar" a nadie, y mucho menos a mi mujer. Simplemente, me gusta dedicar parte de mi tiempo a fomentar mi imaginación, a desarrollar mis fantasías, a explorar todo aquello que me produzca placer. No por ello me considero infiel, ni mejor ni peor persona. Simplemente tengo claro lo que quiero y lucho por ello. Además, gracias a estas aventuras cibernéticas, mi vida sexual dentro de la pareja se ve beneficiada, y mi creatividad se enriquece, tanto en ése aspecto, como en el de la escritura, a la que dedico algunos de mis ratos libres.

Antes de que alguien ponga el grito en el cielo, he de aclarar que por este medio he hecho valiosas amistades, además de dar rienda suelta a la imaginación. Tengo amigos y amigas muy apreciados tanto por mí como por mi mujer, cuyos primeros contactos se realizaron a través de foros, chats, etc. Y con los cuales procuro mantener el contacto para seguir alimentando la amistad que nos une.

Y, por supuesto, tengo claros los límites de esas fantasías. Sé hasta dónde puedo llegar con mis relaciones electrónicas y qué es lo que no debo hacer para mantener a salvo mi familia y mi matrimonio. Claro que no todas las fronteras las he marcado yo, algunas me las han impuesto... Por tanto me queda la esperanza (o fantasía) que sean volantes y se puedan mover algún día...





martes, 17 de julio de 2007

Felicidades Belén

Si soy capaz de dedicar un post a aquellas personas que admiro; a algunos famosos que me parecen estar un poco olvidados por no ser de rabiosa actualidad, cómo no voy a ser capaz de hacer lo mismo por una mujer que, sin conocerla, admiro igualmente por su inteligencia, su belleza y su forma de escribir. Supongo que habrás recibido hoy muchos regalos, pues somos muchos quieres cada día te leemos y admiramos. Esta es mi modestísima aportación. Un clásico de John Denver en la voz de Plácido Domingo:


You fill up my senses
Like a night in a forest
Like a mountain in springtime
Like a walk in the rain
Like a storm in the desert
Like a sleepy blue ocean
You fill up my senses
Come fill me again
Come let me love you
Let me give my life to you
Let me drown in your laughter
Let me die in your arms
Let lay down beside you
Let me always be with you
Come let me love you
Come love me again

Let me always be with you
Come let me love you
Come love me again

Tú llenas mis sentidos
como una noche en el bosque,
como las montañas en la primavera,
como un paseo en la lluvia,
como una tormenta en el desierto,
como un océano azul adormecido,
así llenas mis sentidos,
ven, lléname otra vez.
Ven y déjame amarte,
déjame darte mi vida,
deja que me ahogue en tu risa,
deja que muera en tus brazos,
deja que me tumbe junto a ti,
que siempre esté contigo,
ven y déjame amarte,
ven, ámame otra vez

Esta otra es por su letra, y por la admiración que siento por una de las grandes voces de la música hispana: me refiero a Pedro Vargas, por supuesto...




Y un recuerdo de la infancia, por si no te la han cantado hoy:



Y la última, que dados tus gustos musicales, seguro que te hace más ilusión. Besos, como dice la canción de
Freddie Mercury ... hasta el final...




lunes, 16 de julio de 2007

A un político

Hoy toca doble post:
Por primera vez, voy a dedicar un post a un político de altura. Concretamente a un ministro. Pero no os asustéis: además de político, es abogado, actor, un maravilloso músico y un cantautor extraordinario.

Aunque no es un cantante fuera de lo común, su voz tiene un timbre tan especial y tan reconocible, que no necesita presentación ninguna. En cambio, su obra como compositor sí debería ser publicitada, ya que muy pocos conocen la gran labor realizada por este panameño. Con su primer disco propio (el segundo en el que participaba) marcó un antes y un después del mundo de la salsa... y un hito en el mundo de la música. Todos hemos bailado alguno de sus temas, aunque no todos sepan que él es el autor. En mi modesta opinión es, junto a Willie Colón y Ray Barreto, el cúlmen de la música hispana en EEUU. Un tipo muy inteligente y polifacético; tanto que su nombre provoca un caos en la memoria de Google, con sólo 1.320.000 entradas...

Os dejo unas cuantas de las 15.032 versiones que he encontrado en internet de su canción más conocida y reconocible. No son las mejores, pero son las primeras que se puede encontrar en el buscador.

Así que, por favor, por primera vez, ruego a todo aquel que lea esto que se ponga en pie. No para rendir homenaje y felicitar el 59 cumpleaños de este genio, sino para bailar, que se os irán los pies sin querer.


Feliz cumpleaños, Dr. Rubén Blades Bellido de Luna... un saludo desde España para el ministro de Turismo de Panamá.


En directo... impresionante:





Con Willie Colón:





Un canto contra el racismo:






Dos versiones de estas canciones en la cálida voz de Manel Joseph de la Orquesta Platería. Un recuerdo muy especial al Gato Pérez y a Jaume Sisa, dos de sus fundadores:



Post no apto para diabéticos

AVISO: Este es un post no apto para diabéticos. Un post pastel, pastel total... con tanta dulzura como emana el olor de mi hija, que aún tengo pegado a la piel. Y es que he pasado el finde en casa de unos familiares con la niña pegada a su papi todo el día y toda la noche, así que se me ha quedado impregnado su olor, su ternura, sus risas, sus mimos, sus carreras alocadas, sin visión alguna del peligro de caerse a la piscina o de estazarse contra una piedra o un bordillo; su forma de disfrutar de los abrazos de mami (mami, a ti también te quiero mucho, y no te he prestado atención en todo el fin de semana), de comer tratando de participar en las conversaciones con ése idioma propio mezcla de swahili y castellano y pelear a la vez con nosotros por llevarse ella misma la comida a la boca; de sorprenderse de todo lo que ve, poniendo la boquita de piñón y los ojos como platos...
Ayer, cuando volvíamos, me acordé de esta canción de María Grever, una grandísima compositora mejicana romántica... No he encontrado la versión que yo quería, pero os dejo esta de Verónica Villaroel, una soprano chilena excelente, a la que merece la pena oír en Il trovatore...


viernes, 13 de julio de 2007

Las aventuras de un enteradillo

Estoy seguro que ya he dicho en más de una ocasión aquí que soy un ignorante. No lo digo a la ligera, ni por falsa modestia; es que lo soy con todas las de la ley. Y es que es muy difícil ser una persona culta, un pretendiente a escritor cuando se es casi analfabeto en algunas cuestiones, cuando tu educación se basa en la curiosidad, cuando eres, en suma un autodidacta. Porque esta forma de encarar la instrucción, no lleva consigo más que lagunas importantes que vas descubriendo a medida que vas avanzando en la misma.

Seguramente muy poca gente de mi entorno sepa que yo iba para médico. Sí; mi padre (Un saludo cascarrabias, espero que lo estés pasando bien) estaba convencido que con mi potencial, mis notas en la EGB, mi "inteligencia" y lo bien que se me daban las ciencias naturales, mi destino estaba en un quirófano rajando a la gente y trabajando más bien poco. Eso pensaba él, al menos... Hoy sé que no estaba en lo cierto, y sospecho que él también se ha dado cuenta que no hay trabajo en el que se curre poco, que no regalan el dinero en ninguna parte; salvo, quizá, en el Parlamento...

Pero lo cierto es que me torcí por el camino. Me convencí a mí mismo que no estaba hecho para estudiar. Como casi todos los chicos de mi época, estaba harto de oír a mi padre las penurias que habían pasado para fundar y mantener una familia, y estaba ansioso por ganar mi primer sueldo. Así que ni siquiera me presenté a la selectividad. Y gracias... Gracias al cascarrabias, que si por mí hubiera sido, habría colgado los estudios en 2º de BUP y me hubiera echado a la calle a buscarme la vida. Menos mal que sus "argumentos" ("mientras estés en mi casa harás lo que yo te diga") y no pocas discusiones, me empujaron a continuar con mi educación; aunque, eso sí, de manera errática. Yo era de los que resucitó el mus cuando estaba prácticamente muerto y de los que se ganaba el sobresueldo jugando al julepe durante las horas de clase. Por cierto, un saludo a Angelito, el sobrino de Manolo de Vega, que me enseño a ganarme los cuartos a las chapas.

Por supuesto, en cuanto cumplí la mayoría de edad, me lancé a la busca y captura de mi propio lugar en esta sociedad. En aquella época, mucho antes de que a Silvester Stallone se le ocurriera la idea de Rambo, yo ya estaba hecho un rambo de tomo y lomo. Sabía, o eso creía yo, lo que era pasar hambre en una acampada de supervivencia (en realidad en muchas más de una). Era un excelente tirador (con carabina de aire comprimido), un amante de las armas de fuego (aunque no tenía ni puta idea) y una máquina bien engrasada de luchar. Mi destino no podía ser otro que el ejército. Estaba escrito ;-)

Pero claro, una cosa es lo que uno se propone, desde la idealización de la distancia; y otra cosa muy distinta es ver que cuando tú te manchas de barro, el teniente de tu compañía está ya de barro hasta las orejas...
Nunca pensé en acabar en la Brigada Paracaidista, en serio. La historia de mi singladura en dicho cuerpo tiene su aquél:

Como todo recluta, hasta la jura de bandera, tenía que acostumbrarme a la vida militar por la vía del fiiiiiiimeh... ar... y cosas de esas. Yo lo tenía bien claro. Primero la instrucción básica. Después pediría destino a la Bandera de Operaciones Especiales de la Legión, después si la cosa iba bien, ingresar en la Academia de Oficiales de Zaragoza. Unos cuantos años haciendo y estudiando lo que me gustaba y después a vivir la vida. Por desgracia, los hay que nacen con estrella y otros...

De momento, en el CIR (Centro de Instrucción de Reclutas) me dí cuenta que la inteligencia era un bien escaso dentro del ejercito. En su defecto, se compensaba tanta escasez con una obediencia ciega, sin razonamiento alguno, y una gran dosis de burrería. Y, claro, mi carácter indómito no conjugaba bien con esas premisas. Mis primeras horas en el ejército consistieron en una voz un poco más alta de lo normal a horas poco agradables para mis sensibles oídos, un grito de "O sus calláis o me levanto y me lío a hostias"; un silencio poco agradable y plagado de amenaza; un grupo de veteranos que intentan poner en su sitio a un novato con mala hostia... y ése mismo novato armado con una navaja poniendo en fuga a media compañía... Si es que cuando lo recuerdo ni siquiera me reconozco.

Total, que apenas llevaba un día en el cuartel y ya esta deseando que llegaran las conferencias de captación para marcharme echando chispas.

Y llegaron... claro que llegaron... pero aquello no se parecía en nada a lo que yo había previsto. El teniente que nos dio la conferencia de captación para la Legión tenían encima más productos tóxicos que un cementerio nuclear. Si digo que iba bebido y fumado, no estoy contando nada nuevo. Es que el tío no sabía ni dónde estaba ni cómo se llamaba. Por supuesto, después de soltarnos el rollo de la patria y del honor, hice mi pregunta correspondiente: yo tenía un amigo que estaba en la Bandera de Operaciones Especiales, de hecho, contaba con su apoyo, ya que era cabo (una graduación ya respetable en dicho cuerpo) para sobrevivir la primeras semanas en el destino. El señor oficial, por decirlo delicadamente, me despidió con cajas destempladas: "En la Legión todo son operaciones especiales". Sí... y un cuerno, gilipollas... a ver si te crees que me acabo de caer de un guindo. Tú lo que quieres es liarme y yo tengo muy claro dónde quiero ir. Buen, pues si no es por el camino corto, llegaré por el camino largo...

Detrás de aquella conferencia, el capitán Terol (no se me olvidará ése nombre en la vida), en nombre de la Brigada Paracaidista, nos hizo una presentación plagada de buen rollo y figuras humorísticas: "En la Bripac no tenemos un cordelito atado a los huevos de cada soldado, y cuando toca diana, tiramos de él para despertarlo";"Aquí no se obliga a nadie a hacer nada, porque todo el mundo es voluntario". Joder, que razón tenía el tío cabrón... Total, que nuestra compañía, se apuntaron dos chicos, con uno de los cuales yo compartía camareta, y con el que había hecho buenas migas después de que me apoyara en la rebelión del primer día. Antes de que nos diéramos cuenta, estábamos solos en el salón de actos los dos muchachos que pensaban apuntarse y otros 8 o 9 idiotas gastándoles bromas con lo del cordelito en los huevos. De pronto, el capitán Terol le gritó al cabo primero que estaba en la puerta: "Cierra y toma los nombres de todos estos, que se vienen con nosotros"...(!!!!!!)...
¿Como que nos vamos con ellos?¡De eso ni hablar, joder! Que yo tengo planes... que quiero pasar la instrucción lo antes posible, irme a mi casa y continuar con mi perfecta carrera de militar. No hubo manera: Pedimos conducto reglamentario (una chorrada que tiene su razón de ser, pero que es lo más exasperante del ejercito) para hablar con el Coronel y que nos librara de aquella condena inesperada e injusta. El pobre hombre nos dio sus razones: la Bripac tiene el derecho de reclamar a los soldados que desee para completar el cupo asignado. No hay nada que hacer. Nuestra única salida era no firmar como voluntarios y cumplir el año de servicio militar, pero sin saltar en paracaídas, y sin cobrar más que las 735 ptas que entonces se cobraban... pero dentro de la Brigada.

Mi gozo en un pozo...


Bueno, ya os contaré más adelante cómo acabé firmando "voluntariamente" y otras aventuras, que tengo que hacer la comidita a mi esposa...

martes, 10 de julio de 2007

el sexo de internet

Joer... no me acordaba que al iniciar este blog, me dí de alta en Google Analytics. Hoy, reorganizando mis favoritos, he entrado a echar un vistazo. Y me he llevado un chasco...
Paso porque mis visitas diarias no pasen habitualmente de la cuarta decena. Al fin y al cabo, no es mi objetivo sentar cátedra ni hacerme con una caterva de borregos que, en vez de pensar por sí mismos, prefieran recibir las noticias y críticas ya digeridas. Por suerte, los que me visitan tienen diferentes formas de pensar y su propio criterio. Bravo por ellos.
Paso también de que no aparezca en ninguna lista de blogs, ni que sea de los más visitados. No me importa, aunque todos los que estamos aquí aspiramos a cierta forma de notoriedad. Por no tener, no acaparo ni siquiera el interés de mi esposa o de mis amigos. Pero eso no es lo grave.
De las 1.272 visitas que ha recibido este blog (1.124 usuarios), los números se desgranan así:
645 visitas al manual de masturbación femenina.
419 al manual de como comer un coño.
Sólo 203 para el resto de las entradas. Y si te pones a analizar números, entre las etiquetas "coño", "masturbación", "cunnilingus" y "manual", se comen todas las visitas recibidas. Como dije ya en una entrada anterior, "Internet is for porn" digan lo que digan... todo lo que no contenga una referencia al sexo, no tiene interés. Y viceversa, si quieres tener éxito en este mundo de los blogs, cuelga un par de vídeos interesantes desde el punto de vista sexual, llena tu página de coños, culos y tetas y ya tienes un kilo de admiradores visitando varias veces al día lo que tengas que decir. Deprimente.
Lo peor de este tema es que, si eres un poco curioso y te das un paseo por los blogs de los expertos en el tema del sexo, te encuentras cada espécimen que da risa... Algunos de estos "expertos" no son más que vulgares plagiadores, nínfulas, e imberbes que convierten el sexo en una serie de instrucciones aburridas a llevar a cabo por los posibles lectores como robots. Y tengo que entonar mi propio "mea culpa"; ya que yo mismo he caído en la presuntuosidad de pensar que mi forma de hacer las cosas en la cama era la más adecuada, o interesante, o efectiva. Por suerte, la edad y la experiencia te enseñan que no es así. Por más que tu mujer y tus amigas te digan lo maravilloso que eres, lo mucho que sabes o lo bien que se te dan estos temas, nadie debería creerse con derecho a guiar a otros como se dirige un coche de radio control. Esto es así, porque, a la hora de la verdad, por más que leas, como no te lleves una chuleta a la cama, al final algo se te olvidará... y claro, ya no funciona el truco.
A mí siempre me ha gustado enseñar. Nací con la vocación de maestro. Pero una cosa es acercarte a las inquietudes de quién te pregunta, dar un par de consejos, orientar a los más perdidos, y otra muy distinta guiar paso a paso a quién no quiere, o tiene miedo a experimentar. Pero si lo más bonito de una relación sexual es precisamente éso: experimentar y acabar echando unas risas porque te has equivocado y el mordisco que te apetecía dar ha dado al traste con toda excitación. ¿Quién quiere perderse esto?¿Por qué cambiar esa experiencia por algo soso y rutinario? Me da a mí en la nariz que todo se debe al miedo. Miedo al sexo por sí mismo. Miedo al "fracaso"... ¿fracaso?... ¿Se puede fracasar en algo que no es y no debe ser una competición? Pienso que el fracaso es, precisamente, no intentarlo. Creo que ya hemos sobrepasado el momento de nuestra historia sexual en que lo importante es "satisfacer" a nuestra/o contraria/o. Afortunadamente eso ya no es lo importante, ya que somos suficientemente maduros como para buscar por nosotros mismos ésa satisfacción. Lo importante es compartir el camino para alcanzarlo... o eso me parece a mí...
Para los que se acercan por primera vez al sexo, para los que están más perdidos, no quiero renunciar a publicar guías ORIENTATIVAS sobre cómo optimizar el placer en pareja. Pero me niego a que se consideren éstas como manuales de instrucciones. Porque, afortunadamente, cada persona es distinta. Nuestro ADN permite que no se repitan gustos ni inclinaciones. Pese a quien pese y por mucho esfuerzo globalizador que nos quieran imponer, por mucho que nos quieran uniformizar.
Así que hago una pregunta a los lectores de este blog ¿Sigo publicando consejos o me guardo lo que sé para mi propia intimidad?
Matemos los mitos: no conozco a ningún hombre que no jure ser el mejor amante del mundo ni a una mujer que no asegure ser la más explosiva bomba sexual existente... en cuanto cogen un poco de seguridad en sí mismos... que esa es otra.


lunes, 9 de julio de 2007

Usa protección solar

Hoy, curioseando como haga cada día por unos cuantos blogs que considero merecen la pena ser leídos, me he encontrado esta pieza de joyería en el blog de Almudena. Esta sevillana que tiene un hijo (Sobrino, joer, que es su sobrinooooo!!!!) precioso y una inteligencia poco común, se ha marchado de vacaciones... sortuda ella... y nos ha dejado en su blog este vídeo de despedida. (Aprovecho la corrección para darle un toque al argentino ése que la tiene coladita... mira a ver... no la dejes escapar... que hay pocas como ella... a ver si te vas a arrepentir luego...)
Estad atentos, porque, a pesar de que no me gustan las presentaciones esas que te llegan a veces con el correo llenas de musiquita y alabanzas a Dios, a los ángeles, a las misteriosas fuerzas que rigen el las vidas de los que creen en ellas, etc, etc... es de lo mejor en su género que he podido ver en los últimos años por internet. Compendia en sólo siete minutos todo aquello que me gustaría decir a mi hija si no tuviera tiempo de decirle nada más... cosa que espero que no ocurra...
Además es un vídeo que deberían ponernos en el ascensor cada mañana, para animarnos el día.



Hay que ver... lo tontos que nos ponemos los hombres cuando pensamos en nuestro hijos. He corregido el post para puntualizar que las fotos del blog de Almudena son de su sobrino. Y aprovechando su comentario, incluyo el vídeo que me ha recomendado esta buena amiga. Tenías razón, preciosa, me iba a encantar el regalo.
La letra, en el comentario que me ha dejado abajo. Aquí el vídeo... a mí también se me saltan las lágrimas y quién no lo entienda, o no tiene hijos o tiene el corazón de piedra: