lunes, 23 de julio de 2007

Relato (segunda parte)

Volvió la cabeza hacia mí, mirándome en una muda súplica de contacto, mientras se mordía ligeramente un dedo y gemía más fuerte. Mi mano comenzó un suave masaje circular en sentido contrario a las agujas del reloj sobre su vientre, desplazando la piel que cubría su monte de venus y aumentando la presión en cada vuelta; haciendo que las puntas de mis dedos llegasen a rozar levemente su ya descubierto clítoris. Pero no podía quedarme así. Tenia que probarla. El perfume de su piel, su suavidad, su olor a hembra y su dulzura juvenil tenían que saber a gloria, y yo necesitaba saborearlos.

Cambié mi posición para colocarme entre sus muslos; y agarrando con fuerza sus pequeños glúteos atraje hacia mi boca el manantial en que se había convertido su sexo. Ella se incorporó un poco para facilitarme la maniobra. Estaba ansiosa, podía notarlo en la electricidad que emanaba con cada movimiento de su cuerpo. No le faltaba nada para tener un orgasmo que prometía ser desgarrador, así que decidí alargar un poco más su agonía. En vez de dirigir mi lengua directamente a su clítoris, o beber de su vagina como quien bebe de una fuente, sediento, hambriento, como un náufrago del desierto, hice que la punta de mi lengua formara un gancho y me dediqué a recorrer los bordes de sus labios mayores y a separarlos, aún más si cabe, del agujero que me llamaba. Su sabor era difícil de describir. Estaba dulce, muy dulce, como un zumo de piña muy aguado, pero con sabor a tortilla de patatas. Todo en consonancia con su aspecto, con su suavidad, como la carne de un higo, pero sin las pepitas. Si la piel de sus muslos parecía seda, sus partes íntimas tenían la misma textura que la nata. Nunca había sentido una suavidad parecida ni en mis sueños más lujuriosos.

Me deshice de mi chaqueta, que aún tenía puesta, de forma brusca, no sin antes pelear como un desesperado por encontrar rápidamente uno de los preservativos que guardaba. Quería estar tranquilo. Quería parecer frío y controlado. No quería que se notara mi ansia ni la torpeza que nos invade a los hombres cuando estamos a punto de perder la cabeza. Mientras me ponía con manos temblorosas el preservativo, ella aprovechó para coger mi cabeza y tratar de dirigir mi lengua donde más deseaba su contacto. Trató de agarrarme del pelo, pero como lo llevo rapado como un inclusero, se desesperaba y retorcía tratando de hacerme llegar hasta su clítoris; rozándome con sus uñas; agarrándome de las orejas; empujando sus caderas hacia delante, gimiendo y suspirando cuando tan sólo rozaba con mis labios el capuchón que ya hacía rato no podía ocultar el botón de su placer.

Fue entonces cuando pude escuchar claramente su dulce voz. Una frase entera entre gruñidos y jadeos de placer y desesperación:

- ¡Argggfff...! Si... si vas a hacer... ¡ahh!.. algo m... más... ssss... éste es el momento... no creo que pueda resistir mucho mmm... máaasss... mucho tiempo... ¡ooh!

Sonreí... Y levanté la cabeza de entre sus piernas. Dudé sólo el tiempo suficiente para leer en sus ojos que verdaderamente estaba a punto, que deseaba llegar al momento en que el tiempo se paraliza y el placer te arranca suavemente los riñones de su sitio. Nuestras miradas se encontraron en la penumbra del tren y se conectaron como dos ríos que se juntan y se mezclan para no volver a separarse jamás. Las corrientes de nuestros pensamientos se juntaron para formar unidas una sola mente, con un solo objetivo común: alcanzar el máximo placer.

Para no hacerla sufrir más, apliqué mis labios a su clítoris, cubriendo con mi boca todo su sexo, pequeño, pueril, casi virginal y comencé a mover mi lengua blanda sobre el secreto pedazo de carne que sentía palpitar contra mis labios. Ella, que me había sonreído durante la pequeña pausa que había hecho, empujó mi cabeza para alejarla de su vientre. Quizá pensó que no era el momento de ser egoísta. O quizá lo que quería era algo más que el roce de mis labios contra su carne; pero siguió empujando hasta volver a poner mi cabeza a distancia de su cuerpo. Apoyó sus manos sobre mis hombros y, clavando su mirada en mis ojos, se deslizó suavemente del asiento para ensartarse con fuerza, casi con furia en mi polla. Gritó. Fue un grito animal, básico, atávico, brutal. Por la posición en la que me encontraba, de rodillas frente a ella, apenas había introducido la mitad de mi pene en su interior. Sin embargo, por el orgasmo que acompañaba a su alarido, nacido del fondo de su garganta, como un rugido, parecía como si el miembro la estuviera desgarrando por dentro.

Se derramó sobre mí como un jarrón que se rompe, dejando caer su contenido sobre mis pantalones. Su vagina apretó la punta de mi pene con desesperación, con fuerza, como recorrido por descargas eléctricas que su cuerpo no podía y no quería controlar. Golpeaba con su vientre mi barriga, haciendo palanca con los riñones contra el borde del asiento.

Cuando lentamente, el placer remitió, clavó en mí una mirada profunda. Suspiraba aún dejando escapar las últimas oleadas de placer cuando su boca se unió a la mía en un beso húmedo, lascivo, hambriento. Adiviné que no habíamos acabado. Me empujó suavemente de los hombros, tratando de cambiar mi incómoda posición. Yo estaba desbordado por asistir como espectador a tal marea de placer. Pero no quería dejar de abrazarla. Esperaba pacientemente que su interior se recobrara de la tormenta para poder moverme y no irritar ni siquiera un poco su preciosa intimidad.

- Sigue –Me dijo, casi en un susurro.

Era una orden. Pero era tan dulce que no pude resistirme a obedecerla.

Agarrándola fuertemente de los glúteos, la elevé sobre mis caderas. Me puse en pie y la llevé conmigo hasta el asiento. Durante todo el viaje en mis brazos, ella se abandonó a la contemplación de mi cara. Parecía no querer olvidar ninguno de mis rasgos. Y parecía querer absorber todo mi sexo dentro del suyo. Sin separar ni un milímetro su pelvis de la mía, se abrazó a mi cuello y acompañó cada uno de mis movimientos hasta acomodarnos en el asiento junto a mi ordenador. La viscosidad de sus flujos me hacían sentir como la boa que engulle su presa, pero al revés. Como la serpiente, su mirada capturó mis ojos. Y yo me dejé hipnotizar.

En aquel momento, notamos como el tren frenaba lentamente.

- Es Ávila –acerté a murmurar-.

- No importa. No te muevas por favor –susurró junto a mi oreja-

Por un momento, pensé en lo absurdo de toda aquella situación. En lo incómodo que sería si algún viajero tenía el acierto de elegir nuestro compartimento. Ni siquiera podríamos disimular. Su tanga y mi chaqueta habían quedado en mitad del suelo, delatando fehacientemente que la posición en la que estábamos era algo más que un juego. Joder, si ni siquiera sabía cómo se llamaba...

No sé si fue el miedo a ser sorprendidos, los nervios o qué, pero mi pene comenzó a flojear en su interior, dejando parte de su vientre sin el duro contacto que la tenía llena y aletargada. Al notar mi distanciamiento, me miró fija y dulcemente a los ojos, de nuevo.

- ¡No!... No... Espera un poco... – cuchicheó con desesperación- No te apartes aún.

Y cogiendo mi cara entre sus manos, me dio un beso dulce y profundo, muy lento, a la vez que sus caderas comenzaron un balanceo lento y corto, apretando con sus músculos el miembro para evitar que se escapara de su interior. Aquello tuvo un efecto vivificador en mi polla. Ya no me importaba si alguien entraba de repente. No me importaba si el tren volvía a iniciar la marcha. No quería saber nada más del mundo, del tren, del revisor. Toda mi esencia se concentraba en unos músculos pegajosos que atraían mi carne a su interior y llamaban de nuevo a mi placer. Dejé vagar mis manos frenéticamente por su cuerpo como sabuesos en busca de una liebre. Al llegar a sus hombros, deslicé los tirantes de su vestido y su sujetador en un solo movimiento para dejar al descubierto dos pequeños pechos redondos y muy blancos, con unos pezones mínimos, casi infantiles y unas aureolas oscuras, casi sólidas surcadas por multitud de arruguitas. Tomé una de sus tetas en mi boca con voracidad, como si estuviera a punto de devorarla, como una manzana fresca, mientras mi otra mano hurgaba en busca de una puerta trasera donde distraer el placer de su dueña.

Ahora, su lento vaivén del principio, se había transformado en un traqueteo rítmico y feroz cuyos límites se hallaban en el hueso de mi vientre y el dedo violador que la penetraba por detrás.

Mis labios y mis dientes castigaban sus pezones para que mi lengua se encargara de curar el daño causado por aquellos agresores. Sus dedos apresaban mi nuca y empujaban mi boca al encuentro de su lengua invasora. Sus rodillas apretaban mis costillas como una pitón a su víctima. Sus pies empujaban mis riñones al encuentro de nuestras caderas, que chocaban y chocaban cada vez con más violencia... Un grito desgarrador comenzó a nacer del fondo de su garganta, asustando a su lengua y subiendo al encuentro de mi saliva.

- ¡Uhmmm...mmmm...ffffff... Ufffff... Aaarrggghhhh! ¡Sí...! ¡Sí...! ¡Dioooossss!

¡Dios! Si... – gritó en medio de un vendaval de placer- Sí... sigue... no te pares...

Yo no la escuchaba. No podía pararme. Estaba embelesado contemplando su goce. El éxtasis me sorprendió desprevenido. Un fuerte empujón nació de mis riñones, bajó hasta mis muslos, invadió mis testículos y subió como un geiser a lo largo de mi miembro para ir al encuentro de sus entrañas, sin frenos, sin barreras, como un río desbordado choca contra las olas del mar y se envuelve con la marea.

Bajando la cabeza y apoyándola contra mi hombro dijo:

- Otro... otro... me voy a correr otra vez... ¡mmmmmmmmmmm! – Dijo-.Y se apretó fuertemente contra mi pecho.

Sus brazos se fueron relajando poco a poco, abandonando mi castigada nuca y deslizándose por mis hombros hasta abrazarme desmadejada, deshecha, vulnerable.

- ¡Jijijijijijijiji! –Me sorprendió su risa- Vaya locura ¿no?

- Sí... no me lo esperaba, la verdad – sonreí satisfecho-

- Ni yo... no pienses que hago esto a menudo. -Se incorporó lentamente, como sobreponiéndose a un gran esfuerzo y me miró a la cara, esperando una respuesta. En sus ojos brillaban unas lágrimas que aún pugnaban por salir del mar de sus órbitas

- No, la verdad es que en la última media hora no se puede decir que haya pensado mucho. – Contesté tratando de hacer que el buen humor rebajara la tensión del momento.

Ella respondió a mi sonrisa con franqueza. No hacían falta más palabras. Ya nos habíamos justificado lo suficiente y nuestro espacio vital comenzaba exigir que nos separásemos. Cuando iniciaba el torpe movimiento para tratar de sacar sus pies de detrás de mi espalda, la apreté de nuevo contra mí.

- Espera –Dije. Y tomando su barbilla con mis dedos la besé dulcemente. – No hay prisa, no tengas miedo.

- No es miedo, pero me siento un poco incómoda. –sonrió. Y con alegría añadió- Además... se me están quedando dormidas las piernas... Jajaajaja...

- Jajajajajjajajaj...

La risa tuvo el efecto de hacer nuestra separación un poco menos embarazosa y más natural. Al principio nuestros cuerpos hermanados por el placer se resistieron a abandonar a la pareja de goce. Su sexo no quería verse vacío y tuve que pelearme con el mío para recuperar el preservativo usado y envolverlo en un pañuelo de papel.

Mientras recomponíamos nuestras ropas no dejamos de reírnos de nosotros mismos, de la situación, de la posibilidad de vernos sorprendidos in franganti, de los gritos proferidos durante el orgasmo, que seguro habían sido escuchados por los viajeros de otros compartimentos, y de nuestras estentóreas carcajadas, tan delatadoras como los gritos.

Recuperó sus sandalias y me contó que tenía billete para un coche cama, pero que sus compañeros de habitación roncaban y había decidido cambiar de sitio para tratar de dormir un poco. Volvimos a reinos con la incongruente realidad. Yo la conté que volvía a casa después de un día de lo más aburrido. No nos dimos más detalles personales que el intercambio de fluidos que habíamos disfrutado. No me dijo su nombre ni yo le di el mío.

Seguimos con una divertida conversación hasta que llegó el momento de bajarme . La besé en la boca con pasión. El olor de su sexo me acompañó hasta mi casa mezclado con los pelos de mi perilla, resbalando por la piel de mis genitales, escondido en los pliegues de mi ropa, marcado a fuego en mi memoria.

Al día siguiente, cuando se lo contaba a mi mujer, y después, haciéndole el amor, lo que más recordaba era su fragancia.

Luego, cuando volví a coger el tren que me llevaba de vuelta a Madrid, quise alimentar la esperanza. Quizá por esas cosas de la vida nos volviéramos a encontrar.

9 comentarios:

Belén dijo...

Se lo contaste a tu mujer??? perdona... yo no te creo! jajaja XDXD

Besos

Mormo dijo...

Jajajajajja... Belén yo le cuento TODO a mi mujer... la comunicación es la base de toda relación. Y por otra parte... esto no es más que un cuento (que por cierto mi mujer ha revisado, como casi todo lo que escribo)... jajajjajajajajaj...

Nosotras mismas dijo...

Belén, quizá nuestro problema sea que nos cuentan demasiados cuentos y ya no sabemos distinguir la verdad de la mentira ;P

Mormo, buen texto.

Saludos.

Isabel Burriel dijo...

¿Por dónde dice usted que pasa ese tren?
Voy a mirar a ver si en el metro tienen ese servicio.
muy bueno, interesante e insinuante relato.

Mormo dijo...

Quizá tengas razón "Osea yo", pero la mentira es más fácil de descubrir. En este caso concreto, en que no es más que una fantasía, se debería presuponer. Es demasiado bonito para ser cierto ¿no?
Inte, mira la primera parte del relato. Doy referencia de los trenes y horarios. En cuanto al metro... si no quieres que tu experiencia se convierta en una orgía descontrolada no te lo recomiendo. Mejor un autobús de línea... jajajjajajaa...

Rachel dijo...

Este año me estoy planteando seriamente irme de vacaciones en tren yo solita..... y por la noche a ser posible.... jejejejeje

Que con finales asi, la verdad es que es para pensarselo.... Que demasiado poco cojo yo los trenes para mi gusto ^__^

Lágrimas de Mar dijo...

bonita historia, muy relajante
haces bien en contarle todo a tu mujer
besos

lágrimas de mar

Mormo dijo...

Rachel avísame que yo te hago un tratamiento garantizado... jajajjaja... Y haces mal, el tren es el medio de transporte más cómodo y más seguro.
Lágrimas, muchas gracias por tu crítica y tu consejo que he convertido en mi catecismo de vida.

BUTTER dijo...

Waooooo!!! q cuentito mas sexy y divino demasiados detalles q te llevan a un punto de seguir leyendo.... demasiado bueno