miércoles, 8 de agosto de 2007

Don Erre que Erre

Nunca me cansaré de decir que todas las generalizaciones son falsas –incluida la que acabo de escribir-, pero todas ellas tienen un fondo de razón. Pero si la generalidad procede de un refrán, tengo que hacer la excepción que confirma la regla. La procedencia de estos dichos, que emanan de la experiencia y la sabiduría popular, no pueden dejarse sin escuchar, ya que suelen estar cargados de razón. En mi tierra hay uno que dice: “Quienes duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición”. Es una verdad como un templo, porque me estoy dando cuenta que cosas y situaciones a las que nunca había dado la mínima importancia, se están volviendo esenciales para mí. Entre ellas está la intransigencia ante las pequeñas injusticias que veo diariamente.

Antes, para mí, en un país en que la picaresca es ley de vida, las pillerías en las que cazaba a algunas personas no hacían ni que me inmutase... en el único país del mundo en que las botellas de licor tienen tapón irrellenable, y el único en que se siguen rellenando dichas botellas a pesar de que somos el lugar de Europa en que más barato es el alcohol; los pequeños hurtos o timos a los que, en ocasiones, me veía envuelto, no mellaban para nada mi ánimo. Y el único esfuerzo que suponían era el de esbozar una sonrisa torcida cuando cazaba al infractor; o, como mucho, reírme en su cara del intento, haciéndole ver que me engañaba porque yo así lo quería. Esto está cambiando últimamente. Ya no me hace ni pizca de gracia que intenten tomarme el pelo. Un ejemplo:

Hace unos días, mientras visitaba a mi amigo José, me quedé sin tabaco a altas horas de la madrugada, así que muy de mañana, me acerqué a un estanco que está en el Eroski de Fuengirola –la población más cercana a mi alojamiento- para comprarlo.

- Buenos días, dame un paquete de Camel, por favor –dije a la muchacha rubia que acababa de abrir el estanco. Muy mona y muy puesta, por cierto.

- Buenos días –contestó, dándose la vuelta y tomando de la estantería el producto solicitado- Aquí tiene, son 2,70.

En aquél momento, no me di cuenta de la burrada. Quizá se debe a que con la edad estoy perdiendo reflejos, o que mi oído no es el que era antes, pero le di 3 € y esperé la vuelta.

La muchacha pasó la cajetilla por el lector de código de barras del ordenador y me dio la vuelta correspondiente a su anuncio. Si mis reflejos y mi oído no son buenos, lo que no ha perdido filo es mi vista, muy ligada a mi instinto depredador. En la pantalla del terminal ponía en letras de tamaño sesenta y cinco la cantidad de 2,20€.

- Oye... ¿Qué me cobras? –Solté mirando las monedas de mi mano-.

- ¿Por qué?¿Pasa algo?¿Está mal?

- Pues... creo que sí... –Dije tendiendo la vuelta hacia ella-.

- A ver... – Me sonríe ella, y continua-... No, está bien, me ha dado 3 € ¿no?

- Sí... – Empiezo a encenderme- Te he dado tres euros y me estás cobrando 2,70 como si fuera un extranjero... y el paquete vale 2,20, mocita...

Sorprendida por el tono, la chica se quedó un poco cortada, pero reacciona violentamente y con rapidez.

- No señor, son 2,70 € -Contesta ofendida, y haciendo una pausa, como para tragar saliva, continúa- La tienda es mía y el precio lo pongo yo. Si quieres el tabaco lo pagas, y si no, te vas a otro sitio.

- Sí que me voy a ir... sí... pero a la Guardia Civil, ahora mismo. En cuanto me pases una hoja de reclamaciones que rellenaré por el camino. A ver si es cierto que un estanco puede gravar el precio fuera de los márgenes establecidos por Ley.

Por supuesto, su seguridad se hizo añicos en cuanto vio que no iba a montar un escándalo, sino que realmente pretendía tomar las medidas que la había anunciado. Debe ser la cara de mala leche que tengo. O que cuando se me mira a los ojos no se adivina fácilmente mis intenciones. Tenía un amigo en la mili con el que comencé con mal pie. Nos peleábamos bastante a menudo al inicio de nuestra relación. Después, con el tiempo, cuando nos hicimos buenos amigos me confesó que le daba miedo la “pena” con que lo miraba antes de machacarle las costillas. A la muchacha del estanco le debió pasar lo mismo. El caso es que rectificó:

- ¡Uy! Perdona, me he equivocado... si lo que me has pedido es Camel... no sé dónde tengo la cabeza –Decía con la mejor de sus sonrisas, pero rabiando por dentro- Aquí tienes... y perdona otra vez por el despiste – Mientras me devolvía los cincuenta céntimos timados-.

- Sí, mujer, sí... –Dije maquiavélico- como que tienes mucho tabaco a 2,70. No si al final me tengo que callar y dejar que me tomes por tonto...

Y, por expresar mi enfado, y en parte para provocarla, encendí un cigarrillo y me marché moviendo la cabeza en una negación que quería decir “lo que tiene uno que aguantar” (Recuerdo a mis lectores que está prohibido fumar dentro de los estancos, y mucho más en los estancos que están dentro de un centro comercial) Pero ni la muchacha ni los seguratas se atrevieron a llamarme la atención, a pesar de que había uno tan cerca que seguro que había escuchado perfectamente la discusión. Sé fehacientemente que mientras me alejaba la chica me estaba poniendo los cuernos, o sacando la lengua, o algo semejante, pues sentía su mirada clavada en mi nuca como si fuera un dardo venenoso.

Pero no se trata de los cincuenta céntimos de euro de la diferencia. Ni de los cincuenta céntimos del desayuno de esta mañana, que también la he tenido en mi ciudad con una antipático camarero por culpa de un puto zumo de naranja. Se trata de las injusticias con que nos dejamos atropellar de vez en cuando por no discutir. Por miedo al escándalo pasamos por alto nuestra dignidad, que es la vulnerada en estos intentos de timarnos que en nuestro país crecen como setas en cuanto llega el verano, incluso con los aborígenes. Como si con el calor todos nos volviéramos turistas extranjeros y estuviera permitido sacar tajada de nuestra ignorancia del idioma o de las costumbres.

Yo no soy don Erre que Erre. No me importan los puñeteros cincuenta céntimos. Pero un día de estos van a colmar mi paciencia y voy a tener que partirle la cara a alguien... y entonces se culminará el proceso de identidad con mi esposa que predice el refrán... en cuanto explote y pierda la imperturbabilidad que me caracteriza... jajajajajajja...






4 comentarios:

Belén dijo...

eso nene!!! tu a por tus derechos...

Si algun dia tengo problemas, ya se a quien llamar :)))

Besos!!!

Anónimo dijo...

Hace menos de un mes protagonicé una situación similar.

Al igual que tú, no peleo por unos centavos, sino porque me están robando descaradamente y no tengo por qué permitirlo.

Saludos!

Mormo dijo...

Belén... mamá de todos y en especial mía... cuando y como quieras.
Mariale: eso es lo importante, no permitir el pisoteo. Aunque, a veces, no es importante, sólo cuestión de dignidad.

Isabel Burriel dijo...

Efectivamente, no es la pasta, es la jeta que tienen algunas personas.
MEnos mal que pusiste las cosas claritas, ele!!

:-)))))