LA DEUDA CAPÍTULO 2
CAPITULO II
Hacer el amor es comparable a una prueba atlética. Es como correr los cien metros lisos; todo el mundo es capaz de hacerlo, pero no todos pueden llegar a destacar en una competición con otras personas, pocos disfrutan corriéndola y, por tanto, nunca llegarán a sobresalir en ella. Sé que vas a decirme que casi todo el mundo disfruta de una relación sexual. Piénsalo, gozar no es lo mismo que disfrutar. Todo el mundo puede pasarlo bien en la cama, pero eso no significa que disfruten de lo que están haciendo; no todo el mundo disfruta de hacer el amor por el mero hecho de hacerlo. Al igual que en la prueba atlética, hay personas que corren para llegar primero a la meta, otros, por el placer de ganar a sus semejantes, en cambio, otros compiten contra sí mismos, y son éstos los que consiguen los récords. Tú y yo, en la actualidad, podríamos correr con los atletas más renombrados y apenas nos costaría unos pocos días vencerlos con facilidad. Mientras que los demás piensan desde antes de salir en la meta, nosotros podemos correr sólo pensando en la carrera, disfrutando de nuestra posición dentro de la misma, volviendo la cabeza para controlar con el rabillo del ojo la distancia que nos separa de los que viene tras nosotros.
En la época en que nos conocimos, no era de ése modo, tú eras una amante tímida y reservada, aunque con unas terribles ganas de aprender y vencer el miedo a ser tú misma y a disfrutar de tu cuerpo. Yo apenas pasaba de ser un amante convencional, aunque mis anteriores experiencias me habían enseñado a no ser demasiado apresurado, seguía en un papel que consideraba mi privilegio exclusivo: el de dispensador de placeres constantemente renovados a mi amante de turno y el de amigo tierno y dulce para los momentos en que alguien necesitara de un hombro ancho sobre el que llorar. De hecho, si recuerdas, ése fue el motivo por el que te viste envuelta en éste lío monumental en el que ahora nos encontramos ambos.
Pero yo buscaba otra cosa. Deseaba encontrar algo que intuía en el fondo de mi ser que existía y que no podía definir. Algo que no había encontrado en ninguna de mis amantes anteriores y que me hacía estar dolido con todas las mujeres del mundo. Algo que no había visto ni en la película más romántica ni en la novela más delirante. Algo especial. Algo... Deseaba tierna seducción, reciprocidad en las caricias, confundir mi papel de macho con el de doncella violada, olvidarme de los protocolos hechos con anterioridad y repetidos hasta la saciedad por todos los amantes mediocres del mundo. Necesitaba encontrar a alguien con quien explorar y compartir el mundo del amor en todas sus dimensiones. Precisaba de una Mujer con mayúsculas, una hembra que me invitara a sus intimidades más profundas y que supiera entregarme aquello que nunca había recibido del sexo femenino con la dulzura necesaria para hacerme ver lo que yo tanto anhelaba.
En este momento no puedo evitar pensar en ti y en la primera vez que estuvimos juntos. A pesar de tus ruegos, en aquella ocasión exigí ver a plena luz tu cuerpo desnudo y a ti te molestó la grosería que mostré al forzarte, al observarte como si fuera un caballo al que se va a comprar, o simplemente a montar; a mí me molestó también tu repentina docilidad, tu pasividad, tu falta de voluntad... En aquél mismo instante me juré que entre tú y yo no habría nada, y que no estaba dispuesto a soportar a una mujer que, ya la primera vez, dejaba que impusiera mi dominio sobre su pudor y su orgullo, que no tenía voluntad suficiente como para despojarse de ése falso decoro, si era falso o, aún más grave, que no se quería lo suficiente como para apreciar la belleza de su propio cuerpo.
Sin embargo, había algo especial en tu forma de negar, de sentir un poco de vergüenza, tu obediencia me turbaba lo suficiente como para continuar acariciándote la espalda. Tenías la piel un poco fría y yo estaba ardiendo. Era verdad, estaba ardiendo de deseo. ¡Qué suave era tu piel y que enloquecedor tu cuerpo! Te senté en mis piernas de espaldas; mi vientre estaba fascinado ante la perspectiva de unirse a tus nalgas, y te acaricié así, estrechando mi pecho contra tus riñones, haciendo que mis manos se deslizasen por tus costados y notando cómo crecían tus pezones enormemente excitados al contacto con mis dedos... Entrelacé mis piernas con las tuyas, las anudé mientras te besaba la espalda y notaba el estremecimiento que contagió hasta a aquella banqueta tan estrecha que amenazaba con echarnos al suelo para no sentir la inminencia del orgasmo que se avecinaba sin aún habernos quitado del todo la ropa. Tu sexo, que se abría en el abrazo, se aplastaba contra mi piel. Mis brazos rodearon tu cintura y mis manos iniciaron una impaciente exploración bajo tu vientre. Fue un auténtico relámpago. Nunca había sentido tanto al acariciar a una mujer como sentí en el momento en que mi dedo alcanzó tu clítoris. Mi sexo respondió al instante y ya no pude contenerlo por más tiempo dentro de mi ropa interior. Con un solo movimiento me puse en pié y te elevé en brazos para llevarte a un sitio donde nuestros juegos no amenazaran con desencolar aquella vieja banqueta de piano.
Al mirarte a los ojos veo que has comprendido hasta qué punto estoy decidido. Te entregas a mis caricias con voluntad, casi con desesperación, y puedo leer en tu mirada una curiosidad que me estimula... ¿Sabes que he decidido convertirme en el hombre más potente del universo? Mírame bien, mira como crece entre mis piernas este apéndice monstruoso que me situará a la altura del fauno, del sátiro mitológico, del pequeño dios que se ocultaba en la espesura de un bosque mítico y cuyo miembro le precedía a gran distancia cuando salía de entre los matorrales, que sembraba el horror en el vientre de las mujeres y la envidia bajo la túnica de los hombres... Y será así por y para ti... Te acariciaré tanto tiempo como sea necesario, tengo toda la eternidad por delante; Eres la primera mujer de la tierra, la más bella, la más sensible, la más hábil, la única que existe para mí. Además, puedo confesarte tranquilamente que ésa historia que se cuenta de la serpiente ha sido curiosamente tergiversada. Voy a explicarte lo que sucedió en realidad: tú estabas allí, ante mí, eras la primera y única mujer, mi espejo, mi doble, aunque poseías algo diferente. Cuando toqué tu diferencia, ésta se agitó y quise calmarla. Quise llenar ése hueco que te estaba atormentando. ¡Yo inventé la serpiente! Sé que hace un cuarto de hora ignorabas por completo que tenías un sexo. Y sé también que ahora no puedes olvidarlo. Ardía bajo tus bragas que van quedando olvidadas en el camino a tu habitación y sé que lo sientes moverse por todas partes, como una boca que succiona, como un animal vivo que respira, como un corazón que late. Noto en tu bajo vientre un pequeño motor que funciona de forma autónoma a ti misma. Vibra, está empapado, exige un contacto más directo, una caricia más concreta. Me siento obnubilado por su forma, que cobra vida bajo mis dedos. De repente has tomado conciencia de tu vacío, de tus agujeros, de tus pliegues... No me explico cómo puedes pasar la mayor parte del tiempo sin darte cuenta que estás dividida, ahí abajo por una voluptuosa espesura que ahora tan solo desea abrirse, por una hendidura completamente mojada que te atraviesa desde el vientre hasta el culo. Mis manos recuerdan siglos de saber hacer, de saber complacer. Corretean por tu cuerpo, se separan, vuelven a unirse... Ascienden a la misma velocidad por tus piernas, se encuentran bajo tu vulva y subrayan su forma de orquídea, atrapando sus pétalos en un gesto de plegaria y de ofrenda. Mi boca, envidiosa de ellas, recorre el mismo camino y encuentra una nueva boca donde revivir los mismos besos que he anhelado dar siempre De repente he encontrado el porqué de todas las demás mujeres que hubo en mi vida. Me retuerzo de placer al sentir el tuyo.
Tu también te retuerces, tienes ganas de sentirme dentro, pero hace tiempo que domino la técnica de dar marcha atrás y deseo que este momento no acabe nunca. Te he tomado en mi boca y no pienso soltarte hasta que te inunde el placer; te excito con la lengua y los labios y mis manos recorren tus pechos al mismo tiempo que te mamo. ¡Que hinchado está tu sexo! Es la primera vez que veo a una mujer tan mojada. ¿Lo ves? Tus labios son un enorme fruto rebosante de jugo que fluye bajo el sol. Comienzas a suplicarme, sin embargo, estoy más ávido de tu propio placer que del mío. Me buscas, deseas que te penetre, saltar sobre mí, y tu vagina, enferma de deseo, realiza movimientos caóticos contra mi vientre buscándome. ¡No! Soy yo quién va a llenarte, soy yo quién va a hacerte el amor. Te rindes, ya no puedes soportar ese gigantesco vacío que lo único que pide es verse colmado, lleno, rebosante. Eso es lo que estaba esperando. Yo no me rendiré ni por un segundo. Soy perfectamente dueño de la situación; me sumerjo con suavidad, con mucha suavidad y vuelvo a emerger del mismo modo. Tengo muelles de acero en los muslos y escapo a la encantadora sensación de tranquilidad que se vive en tu interior. ¡No te muevas! Si quiero puedo pasarme una hora jodiéndote así. ¡Te digo que no te muevas! Concentro mis cinco sentidos en percibir la sensación, hoy totalmente nueva, de mi sexo sumergido hasta los pelos en el tuyo, chupado, aspirado, escupido muy lentamente, muy, muy lentamente... una hora si quieres...
Pero no, al cabo de unos segundos abandonaste la lucha. Levantaste los riñones y abriste mucho los ojos. No debiste hacerlo... ¿por qué no cierras los ojos como las demás mujeres? Comenzaba a sentirme orgulloso y, de repente, me vi arrastrado a un orgasmo demoledor, devastador, arrollador que yo no había provocado. Un orgasmo que me hizo olvidar todos los que tuve con anterioridad. Un orgasmo distinto, categórico, especial por su forma de presentarse y por las sensaciones que me producía. Por primera vez sentía tanto mi orgasmo como el de mi pareja, con lo que el placer se multiplicó por dos, por mil.
Fue algo que marcó la diferencia desde el primer momento. Ya nunca más volvería a buscar ese algo que buscaba en el resto de las mujeres antes de encontrarte. Si conseguía hacer de ti una compañera de verdad, una amiga con todas las letras, quizá habría encontrado la perfección que buscaba desde hacía tanto tiempo...
En la época en que nos conocimos, no era de ése modo, tú eras una amante tímida y reservada, aunque con unas terribles ganas de aprender y vencer el miedo a ser tú misma y a disfrutar de tu cuerpo. Yo apenas pasaba de ser un amante convencional, aunque mis anteriores experiencias me habían enseñado a no ser demasiado apresurado, seguía en un papel que consideraba mi privilegio exclusivo: el de dispensador de placeres constantemente renovados a mi amante de turno y el de amigo tierno y dulce para los momentos en que alguien necesitara de un hombro ancho sobre el que llorar. De hecho, si recuerdas, ése fue el motivo por el que te viste envuelta en éste lío monumental en el que ahora nos encontramos ambos.
Pero yo buscaba otra cosa. Deseaba encontrar algo que intuía en el fondo de mi ser que existía y que no podía definir. Algo que no había encontrado en ninguna de mis amantes anteriores y que me hacía estar dolido con todas las mujeres del mundo. Algo que no había visto ni en la película más romántica ni en la novela más delirante. Algo especial. Algo... Deseaba tierna seducción, reciprocidad en las caricias, confundir mi papel de macho con el de doncella violada, olvidarme de los protocolos hechos con anterioridad y repetidos hasta la saciedad por todos los amantes mediocres del mundo. Necesitaba encontrar a alguien con quien explorar y compartir el mundo del amor en todas sus dimensiones. Precisaba de una Mujer con mayúsculas, una hembra que me invitara a sus intimidades más profundas y que supiera entregarme aquello que nunca había recibido del sexo femenino con la dulzura necesaria para hacerme ver lo que yo tanto anhelaba.
En este momento no puedo evitar pensar en ti y en la primera vez que estuvimos juntos. A pesar de tus ruegos, en aquella ocasión exigí ver a plena luz tu cuerpo desnudo y a ti te molestó la grosería que mostré al forzarte, al observarte como si fuera un caballo al que se va a comprar, o simplemente a montar; a mí me molestó también tu repentina docilidad, tu pasividad, tu falta de voluntad... En aquél mismo instante me juré que entre tú y yo no habría nada, y que no estaba dispuesto a soportar a una mujer que, ya la primera vez, dejaba que impusiera mi dominio sobre su pudor y su orgullo, que no tenía voluntad suficiente como para despojarse de ése falso decoro, si era falso o, aún más grave, que no se quería lo suficiente como para apreciar la belleza de su propio cuerpo.
Sin embargo, había algo especial en tu forma de negar, de sentir un poco de vergüenza, tu obediencia me turbaba lo suficiente como para continuar acariciándote la espalda. Tenías la piel un poco fría y yo estaba ardiendo. Era verdad, estaba ardiendo de deseo. ¡Qué suave era tu piel y que enloquecedor tu cuerpo! Te senté en mis piernas de espaldas; mi vientre estaba fascinado ante la perspectiva de unirse a tus nalgas, y te acaricié así, estrechando mi pecho contra tus riñones, haciendo que mis manos se deslizasen por tus costados y notando cómo crecían tus pezones enormemente excitados al contacto con mis dedos... Entrelacé mis piernas con las tuyas, las anudé mientras te besaba la espalda y notaba el estremecimiento que contagió hasta a aquella banqueta tan estrecha que amenazaba con echarnos al suelo para no sentir la inminencia del orgasmo que se avecinaba sin aún habernos quitado del todo la ropa. Tu sexo, que se abría en el abrazo, se aplastaba contra mi piel. Mis brazos rodearon tu cintura y mis manos iniciaron una impaciente exploración bajo tu vientre. Fue un auténtico relámpago. Nunca había sentido tanto al acariciar a una mujer como sentí en el momento en que mi dedo alcanzó tu clítoris. Mi sexo respondió al instante y ya no pude contenerlo por más tiempo dentro de mi ropa interior. Con un solo movimiento me puse en pié y te elevé en brazos para llevarte a un sitio donde nuestros juegos no amenazaran con desencolar aquella vieja banqueta de piano.
Al mirarte a los ojos veo que has comprendido hasta qué punto estoy decidido. Te entregas a mis caricias con voluntad, casi con desesperación, y puedo leer en tu mirada una curiosidad que me estimula... ¿Sabes que he decidido convertirme en el hombre más potente del universo? Mírame bien, mira como crece entre mis piernas este apéndice monstruoso que me situará a la altura del fauno, del sátiro mitológico, del pequeño dios que se ocultaba en la espesura de un bosque mítico y cuyo miembro le precedía a gran distancia cuando salía de entre los matorrales, que sembraba el horror en el vientre de las mujeres y la envidia bajo la túnica de los hombres... Y será así por y para ti... Te acariciaré tanto tiempo como sea necesario, tengo toda la eternidad por delante; Eres la primera mujer de la tierra, la más bella, la más sensible, la más hábil, la única que existe para mí. Además, puedo confesarte tranquilamente que ésa historia que se cuenta de la serpiente ha sido curiosamente tergiversada. Voy a explicarte lo que sucedió en realidad: tú estabas allí, ante mí, eras la primera y única mujer, mi espejo, mi doble, aunque poseías algo diferente. Cuando toqué tu diferencia, ésta se agitó y quise calmarla. Quise llenar ése hueco que te estaba atormentando. ¡Yo inventé la serpiente! Sé que hace un cuarto de hora ignorabas por completo que tenías un sexo. Y sé también que ahora no puedes olvidarlo. Ardía bajo tus bragas que van quedando olvidadas en el camino a tu habitación y sé que lo sientes moverse por todas partes, como una boca que succiona, como un animal vivo que respira, como un corazón que late. Noto en tu bajo vientre un pequeño motor que funciona de forma autónoma a ti misma. Vibra, está empapado, exige un contacto más directo, una caricia más concreta. Me siento obnubilado por su forma, que cobra vida bajo mis dedos. De repente has tomado conciencia de tu vacío, de tus agujeros, de tus pliegues... No me explico cómo puedes pasar la mayor parte del tiempo sin darte cuenta que estás dividida, ahí abajo por una voluptuosa espesura que ahora tan solo desea abrirse, por una hendidura completamente mojada que te atraviesa desde el vientre hasta el culo. Mis manos recuerdan siglos de saber hacer, de saber complacer. Corretean por tu cuerpo, se separan, vuelven a unirse... Ascienden a la misma velocidad por tus piernas, se encuentran bajo tu vulva y subrayan su forma de orquídea, atrapando sus pétalos en un gesto de plegaria y de ofrenda. Mi boca, envidiosa de ellas, recorre el mismo camino y encuentra una nueva boca donde revivir los mismos besos que he anhelado dar siempre De repente he encontrado el porqué de todas las demás mujeres que hubo en mi vida. Me retuerzo de placer al sentir el tuyo.
Tu también te retuerces, tienes ganas de sentirme dentro, pero hace tiempo que domino la técnica de dar marcha atrás y deseo que este momento no acabe nunca. Te he tomado en mi boca y no pienso soltarte hasta que te inunde el placer; te excito con la lengua y los labios y mis manos recorren tus pechos al mismo tiempo que te mamo. ¡Que hinchado está tu sexo! Es la primera vez que veo a una mujer tan mojada. ¿Lo ves? Tus labios son un enorme fruto rebosante de jugo que fluye bajo el sol. Comienzas a suplicarme, sin embargo, estoy más ávido de tu propio placer que del mío. Me buscas, deseas que te penetre, saltar sobre mí, y tu vagina, enferma de deseo, realiza movimientos caóticos contra mi vientre buscándome. ¡No! Soy yo quién va a llenarte, soy yo quién va a hacerte el amor. Te rindes, ya no puedes soportar ese gigantesco vacío que lo único que pide es verse colmado, lleno, rebosante. Eso es lo que estaba esperando. Yo no me rendiré ni por un segundo. Soy perfectamente dueño de la situación; me sumerjo con suavidad, con mucha suavidad y vuelvo a emerger del mismo modo. Tengo muelles de acero en los muslos y escapo a la encantadora sensación de tranquilidad que se vive en tu interior. ¡No te muevas! Si quiero puedo pasarme una hora jodiéndote así. ¡Te digo que no te muevas! Concentro mis cinco sentidos en percibir la sensación, hoy totalmente nueva, de mi sexo sumergido hasta los pelos en el tuyo, chupado, aspirado, escupido muy lentamente, muy, muy lentamente... una hora si quieres...
Pero no, al cabo de unos segundos abandonaste la lucha. Levantaste los riñones y abriste mucho los ojos. No debiste hacerlo... ¿por qué no cierras los ojos como las demás mujeres? Comenzaba a sentirme orgulloso y, de repente, me vi arrastrado a un orgasmo demoledor, devastador, arrollador que yo no había provocado. Un orgasmo que me hizo olvidar todos los que tuve con anterioridad. Un orgasmo distinto, categórico, especial por su forma de presentarse y por las sensaciones que me producía. Por primera vez sentía tanto mi orgasmo como el de mi pareja, con lo que el placer se multiplicó por dos, por mil.
Fue algo que marcó la diferencia desde el primer momento. Ya nunca más volvería a buscar ese algo que buscaba en el resto de las mujeres antes de encontrarte. Si conseguía hacer de ti una compañera de verdad, una amiga con todas las letras, quizá habría encontrado la perfección que buscaba desde hacía tanto tiempo...
4 comentarios:
La obligaste a verla desnuda?
JO, yo me levanto y me voy vamos jajajajajjaja!!!!
besicos guapo!
Jajajajajja... BELÉN... tú no sabes lo que yo corro... sí que te ibas a escapar, sí...
holaaa bueno veo q visitaste mi blog jeje espero q te gustase
bss
Una de mis canciones favoritas de siempre. Grandes “golpes bajos”
Aquí, en Barcelona, lo de las motos esta bastante controlado por el gran numero que circulan. Me parece recordar que es el parque motorizado más grande de Espanya. Imagínate el caos si no fuera asin…
Todos recordamos relaciones especiales que marcaron nuestras vidas. Pero me alegra que valores, al igual que yo, lo principal y más importante de cualquier relación: La amistad.
Siento no pasar más a verte. Ya sabes…
Un gran abrazo de osos.
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