sábado, 16 de febrero de 2008

CAPITULO IV ÚLTIMA PARTE Y FIN

FINAL DEL RELATO

Te entregué este avance, esta misiva en mano. No me atreví a confiarla al correo, como si quisiera asumir toda la responsabilidad. Tu respuesta no se hizo esperar. Sostuve heroicamente tu mirada encendida y mi recompensa fue el interés que leí en tus ojos.

  • ¿Es un folleto de instrucciones? – Me preguntaste con amabilidad.

  • Muy incompleto... – respondí.

  • Entonces, espero la siguiente entrega con impaciencia –dijiste.


Entonces supe a ciencia cierta que escribiría esto para ti.


Pero la recompensa no terminó ahí. Recuerdo que al principio, antes de leer la carta, te mantuviste reservada conmigo, casi hostil. Hablabas mucho, gesticulabas y te reías. Me gustaba la manera en que expresabas tu timidez, que yo conocía de sobra, mientras decidías la mejor manera de actuar a continuación.


Iniciamos un jugueteo que no tenía más objeto que el de romper el hielo de la distancia que nos había tenido tanto tiempo separados. Me tomaste en tu boca y yo hice lo propio. Yo experimentaba un doble placer, en cierto modo muy ambiguo: el de comerte y el de ser chupado a la vez. Tu sexo no estaba como de costumbre. Tenía la misma forma, la misma consistencia y el mismo poder evocador, y también reaccionaba con los mismos sobresaltos a los cosquilleos de mi lengua, pero tenía otro sabor, otro modo de retorcerse entre mis dientes... quizá otra saliva... no sé, y no me importa. Lo importante es que estamos aquí de nuevo.


De repente, deseé tu placer más que el mío y me retiré de tu boca por un momento, tú permaneciste lo suficientemente accesible como para permitirme acariciarte por debajo de la falda. Sentí la dulce suavidad de tus muslos al rozarlos. Mis manos comenzaron a recordar, al mismo tiempo que las redescubrían, las redondeces femeninas, sus atractivos, la elasticidad de una piel entre sedosa y aterciopelada, la calidez dócil y moldeable de los tejidos delicados, la humedad turbadora de cierto valle...

Permaneciste de rodillas, de espaldas a mí, pero me facilitabas la tarea con multitud de detalles, separando los muslos, arqueando la espalda y ofreciéndote por completo a mi caricia, mientras me prodigabas las tuyas.


Comencé a quitarte la ropa. La falda cedió sin problemas, y te retorciste para que pudiera alcanzar tus bragas. Como aún hacía calor, llevabas las piernas desnudas e ibas calzada con unas encantadoras sandalias que iluminaban con un vivo destello la zona inferior de tu cuerpo, totalmente descubierta. Lo que más destacaba era tu culo, enormemente excitante, redondo, insinuante y provocador. Me estreché contra ti por detrás y te enlacé por el talle. ¡ Que caliente estabas! Respondías a mi presión acercando aún más las nalgas; mis manos comenzaron a recorrerte en una danza deliciosa, cuya coreografía se debía más a la intuición que a la técnica, se deslizaron bajo tu camiseta, que llevabas directamente sobre la piel, sin sujetador, encontraron tu pecho, lo aprisionaron, lo tantearon y lo acariciaron. Tus pechos estaban muy duros, puntiagudos... ¡ y cómo se estremecían! Sentía que tus pezones se endurecían bajo mis dedos y se movían al mismo compás; comencé a rozarlos muy suavemente con la palma de las manos abierta. El placer fue absolutamente compartido: aquel cosquilleo en el hueco de mis manos se tornó tan sugestivo y turbador que comencé a sentir una inmensa sed de ti. Me deslizaba por tu cuerpo como si se tratara de una guitarra, de un instrumento sensible que vibrara soberbiamente bajo los dedos de un músico enamorado. Dejé tus pechos para ir al encuentro de tus caderas y tus nalgas. De redondez en redondez, iba abandonándome... ¡Ah! La intuición, en efecto, prevalecía sobre la técnica... Sin embargo, a partir de aquel momento la intuición fue reemplazada por mi propio deseo, un deseo loco de poseerte, de saciarte, de seducirte, de hacerte gozar.


Te levantaste; tenías un aspecto extraño... No me dejaste acercarme a ti mientras te ponías el vestido negro al que hacía alusión en mi carta. Cuando terminaste, hiciste una picardía que sabes que me encanta, levantarte el vestido para dejarme ver tu sexo, hoy desmesuradamente abierto e hinchado.

  • ¡Mira! –Dijiste.

  • ¡Mira tú también!


Hacia mucho tiempo que estabas acostumbrada a obedecerme.

Y miraste, reconociéndote en el espejo. Intentaba repetir el juego que descubrimos en aquel recordado viaje. ¡Que delicioso tormento sorprenderse así, en el propio desenfreno! ¿Quién inventó los espejos? ¿Quién fue el primero al que se le ocurrió la idea de descubrirse, de gozar de su propia imagen, de masturbarse ante el espejo, de joder con su reflejo? Desde Narciso, en todos los burdeles hay espejos, y aquel día descubrimos la razón, al saborear el doble placer de actor y espectador, el goce turbador de contemplar una película guarra cuyos protagonistas somos nosotros.

Te deseaba, te deseaba intensamente, quería tomarte, masturbarte, comerte y beberte, descubrir tu sabor y tu olor más íntimos, y suscitar en tu vientre una oleada de placer. Así que comencé a acariciarte de nuevo con la intención de hacerte perder de nuevo el control.


El líquido fluía bajo mis dedos como si manara de una fuente, mientras tus rodillas se iban separando poco a poco para facilitar mis exploraciones. Te acariciaba con las dos manos, profunda y concienzudamente. Te abría como se abre un fruto jugoso en pleno verano, vagaba de un extremo a otro de tu hendidura y, al pasar por tu culo, sentía su llamada palpitante bajo mis dedos: ése sería el camino de mi sexo hoy. Te incorporaste un poco y cambiaste de postura – ya no estabas de rodillas, sino en cuclillas -, y entonces me resultó más fácil penetrarte, en profundidad y simétricamente. Introduje al mismo tiempo los dos índices en tu coño, que resbalaba como si estuviera untado de aceite, y los dos pulgares en tu culo, que se ofrecía con descaro. Estabas caliente por dentro y por fuera, ardiente, deliciosa y excitada al máximo. Me entretuve pellizcando y tanteando el elástico tabique que separaba mis dedos, los cuales se deslizaban por tu culo con regularidad y firmeza, y recorrí tu vagina con movimientos circulares infinitamente lentos y suaves.

Mis manos, que se movían con una inteligencia frenética, te sostenían por completo, pues las fuerzas te abandonaban a medida que el placer te iba invadiendo y apenas podías apoyarte en el espejo que reflejaba nuestra doble imagen. Sin embargo, en aquel momento yo era más fuerte que Atlas, y el fardo que reposaba en mis brazos, más importante que todo el universo. La mujer del espejo realizó unos movimientos rápidos y verticales, como el galope de un caballo de tiovivo, y yo puse todo mi empeño en acompañarla en su éxtasis, sosteniéndote con fuerza. Luego se quedó inmóvil, tensa, rígida, en la cima del goce que acababa de proporcionarle.


La belleza de aquel rostro tenso del espejo desencadenó mi reacción, violenta y apresurada... me sentía celoso de mi propia imagen en el espejo, así que te cogí por la cintura y te senté encima de mí, buscando la puerta secreta que tan fácilmente había holgado en aquella ocasión.


Tus muslos, totalmente separados, me revelaban el turbador espectáculo de nuestra unión reflejada en el espejo. Veía mi dardo hundido en ella, mis testículos ligeramente aplastados bajo sus nalgas y su sexo abierto, tornasolado por la oleada que acababa de anegarla, nacarado, brillante, fluctuando entre el rojo oscuro y el rosa más tierno. Observé fijamente tu imagen, loco de alegría; hubiese deseado que mi mirada te quemase, y sin duda era así, ya que mantenías los ojos obstinadamente cerrados.


Hice que te giraras y cambiamos de posición, necesitaba contactar con esos ojos que me estaban volviendo loco de angustia por hurtarme el placer de compartir el tuyo. ¡Señora! Es de muy mala educación no mirar a la gente a la cara. Es de muy mala educación y, además, muy estúpido, pues, en determinados momentos, no hay nada que resulte más delicioso que la vergüenza. Vamos, amor mío, abre los ojos y mira cómo te miro. Te hago el amor sólo con la mirada. Lee en mis pupilas y en mi rostro lo que siento ahí, a menos de un metro de mi cara. Descifra mi turbación y mi deseo, mi voluptuosidad al contemplarte así, como una mujer lúbrica y con todos sus secretos al descubierto. Tu herida es profunda, neta y precisa. El vello que la rodea la destaca sin protegerla. Me sé de memoria todos los pétalos de tu flor, la espuma de tu concha; siento tu clítoris erguido y exacerbado sin necesidad de tocarlo. Te exploro, te desmenuzo, te saboreo, te ansío sin escrúpulos... Te veo ensartada por el macho, te veo apretar el culo sobre mi columna... y el jugo que escapa de ti moja poco a poco mis cojones... Al contemplar este espectáculo olvido las dimensiones de la realidad, me sumerjo en un universo fabuloso donde la vida no es más que un apareamiento, en un universo mítico, milenario y antediluviano. Me siento hipnotizado por el placer de nuestras nupcias: mi corazón y mi sexo laten al unísono, al ritmo de esta danza tan vieja como el mundo. ¡Mírame! Eres una hermosa hipócrita que se la deja meter, que se deja poseer y ni siquiera se atreve a levantar la mirada. Tienes el coño abierto de par en par y los ojos cerrados en nombre de un viejo pudor. Si me miraras, si te atrevieras a abrir los ojos ante el humilde testigo y partícipe de este maridaje íntimo y cautivador, te besaría. ¿ Me oyes? Te besaría y arrastraría conmigo con más rapidez e intensidad de lo que nunca hayas vivido.


Un ligero parpadeo resultó suficientemente tentador para interpretarlo como una rendición. Posé mi boca en la tuya y bebí del manantial. Estabas apetecible como un melocotón, tibia, jugosa y perfumada. Olías a mujer y a hombre a la vez, y abracé los dos sexos en el mismo beso, arrastrándote con mi orgasmo, que más parecía una explosión.

Traté de alcanzar tu vagina para disfrutar de tus contracciones con uno de mis dedos a la vez que con mi sexo, y me dí cuenta que el camino estaba ocupado. ¡ Estaba dentro de ti, pero no por el camino que yo había elegido! ¡Acababa de correrme allí donde nuestro mutuo placer podía producir fruto!

Creo que mi voz dejó traslucir el terror de aquel descubrimiento. Y aunque tu reacción fue inmediata, no te separaste de mí; permanecimos abrazados en una paz tácitamente firmada, como si supiéramos que aquella ocasión, pese a reunir todas las condiciones favorables para que fructificara nuestra unión, no sería la elegida para que dicho fruto madurase. Me extrañó un poco que tu reacción no se exagerara como de costumbre. Casi me atrevería a asegurar que... ¡ Te complacía esa situación!

Creo que pocas veces te he amado como en aquella ocasión...


12 comentarios:

Anónimo dijo...

Pase usted a recoger su premio.

Beso o abrazo, sírvase lo que más se le antoje ;)

Isabel Burriel dijo...

Vaya, igualmente sugerente.
Voy a hacer una puesta en común o un comentario de texto. No sé.

jajaa

Besos

istharb dijo...

Vaya con la última parte!!!!!

Ainsss no escribas estas cosas, que la necesidad es muuuuu mala!!!!!! jajajajajjajaja

Un buen post

Un beso

Fibonacci States dijo...

¡Mira que correrte dentro!... Oye por cierto, ¡Se folla con condón!no leo en ningún lao que te lo pongas o te lo ponga ella...

¡Que también tiene su erótica!

Luni dijo...

Esto... yo ejke me perdio la serie jajajaajjajaja XD he estao paxuxa, me perdonas?? Vengo a por los pelos ajenos... digo, pexo joder!!

Eso, que yastoy aki. :-D
Muám

Dr. Espinosa dijo...

Qué intenso. Estoy ya mayor para estas cosas pero la he disfrutado como si no. ¿No se ha planteado usted escribir erótico? creo que se le daría bien.

humo dijo...

Cuando se pone en palabras se encuentra un placer doble...

irene dijo...

Más intenso no puede ser, el relato, el sentimiento y su realización...
Electrizante.
Un beso, un abrazo, no sé, después de esto... ¿para qué?.

Mormo dijo...

Ya estamos HASTA... ya pasé antes de que vinieras de visita, hermano.

Pues para eso está INTE, para divertir y poner en común... jajajajajajjaja

Y la envidia el pecado nacional ISTHARB, pero tú no tienes nada que envidiar a nadie, así que ¿a que esperas?

Efectivamente SUSANA, también tiene su erótica, y si te fijas en otros relatos que he publicado, siempre lo menciono; aunque esto era más un relato de amor que de sexo y de una época muy anterior.

Pues no sé si perdonarte LUNI. Si te lees todas las partes y me haces un resumen, me lo pensaré... jejejeje...

Sí, DR. ESPINOSA, creo que se me da bastante bien... y pensé que esto era erótico... corríjame si me equivoco.

Claro HUMO, es como vivirlo de nuevo.

Pues para animar al escritor a más, IRENE, de todos modos, acepto encantado el abrazo, el beso y lo que usted me quiera dar preciosa.

Lágrimas de Mar dijo...

muy bueno, más explícito imposible, la última parte queda al final
;)

besos

lágrimas de mar

Mormo dijo...

Lo difícil LAGRIMAS, es que la última parte fuera al principio ¿no? Jajajajajjaaj...

Anónimo dijo...

Tio… Tio… Tio…
Que te vas a dedicar a la literatura marranota o qué?
Juar.
Pero que no somos de piedra, campeón. Ja ,ja, ja…
Y suerte esa vez, pero no la tentemos más de lo necesario.

Un abrazo de hermano.