viernes, 16 de marzo de 2007

la risa infantil

Hay un montón de estudios, no sé si científicos o pseudo científicos que cantan las excelencias de la risa. Tanto su poder curativo como su efecto sobre todos los seres humanos no necesita ser demostrado. Durante toda mi vida me he dado cuenta que reír es la mejor terapia para solucionar problemas de cualquier clase; así que, a mi alrededor, voy esparciendo risas y tratando de contagiar a quienes me rodean de esta extraña enfermedad cuyo síntoma más inmediato es hacer que el tiempo que empleamos en hacerlo se convierta en algo agradable, que merece la pena repetir.

A pesar de mi aspecto de guardia civil cabreado (con todo mi respeto hacia la Benemérita, es una forma de hablar), en realidad soy un auténtico payaso en el mejor sentido de la palabra. Un cachondo mental cuyo único propósito en la vida es ser feliz y hacer feliz a los que me rodean. Esto es en realidad lo que me hace sentir bien, lo que da sentido a mi vida.

Y es una de las cosas más importantes que tengo que transmitirle a mi hija: no hay nada tan grave, ningún problema tan acuciante que no pueda ser acompañado de, al menos una sonrisa. Ni tan siquiera la muerte de alguien querido, merece la tristeza que nos causa, si, como preconizan todas las religiones, pasamos a una vida mejor. Y si, como es mi caso, eres agnóstico, piensa que esa persona pasará a vivir en el recuerdo de sus conocidos, de su familia, de sus amigos. Y los recuerdos de alguien, con el tiempo, son sólo los más agradables. Quizá nos iría mejor acompañar a nuestros seres queridos con risas en su tránsito y con el recuerdo de nuestros mejores momentos a su lado... Sí, en realidad a mí me gustaría que me despidieran así. De modo que lanzo esta petición a mi familia y a mis seres queridos: Si tengo la mala suerte de abandonarles a ellos antes que ellos a mí, quiero que en mis funerales haya canciones y chistes. Quiero que se considere esto como una de mis últimas voluntades, de mi testamento.

Efectivamente, la sonrisa tiene un poder escasamente explotado. Muy poca gente conoce realmente el efecto que produce entre nuestros semejantes. Me viene a la memoria una anécdota que leí en una ocasión sobre los mejores estafadores del mundo: la policía encontraba serios problemas para encontrar personas que denunciaran la estafa de la que habían sido objeto, ya que los estafadores siempre dejaban buena impresión en sus estafados por el simple hecho de sonreír y hacer sonreír a sus víctimas; se encontraban con que dichas víctimas, cuando se daban cuenta que al poner la denuncia podrían causar algún mal a quienes les habían estafado, se echaban atrás con excusas tan peregrinas como que “es que era una persona tan agradable...”

Así que, hija mía, ahí va mi consejo: sonríe siempre. Y aprende a pedir favores con una sonrisa, te darás cuenta que las personas tienden a conceder los favores que van acompañados de una sonrisa sincera sin preguntar siquiera las razones.

Hace poco, a mi mujer se la ocurrió un chiste que no sé si he colocado ya en este blog: nuestra hija tiene tanto éxito allí donde va que nos planteamos cambiarle el nombre por San Miguel, haciendo referencia al slogan del anuncio de cerveza, por que donde va, triunfa. Y si causa tanta sensación es porque derrama alegría a su alrededor. No es una niña tímida; está acostumbrada al trato con “desconocidos” (para ella, claro) y no extraña en los primeros contactos con la gente. Al contrario, enseguida coge confianza y comienza a reír por cualquier causa, sin asustarse ante las nuevas situaciones que se le plantean. Un auténtico encanto de niña, coincide todo el mundo. Y muchas madres me preguntan cómo lo hacemos para criar a nuestra hija así, tan feliz. La respuesta es muy sencilla, aunque creo que influyen muchos factores en el resultado.

De momento, según mi madre, ha heredado la facilidad de sonrisa y el agradable trato de su madre, y según mi suegra, el cachondeíto endémico de su padre. Esos son buenos inicios, el factor genético ya lo tiene. Pero a mi modo de ver, hay algo más que ha influido en su carácter, algo más determinante. Y es que desde el momento mismo de su concepción, cuando nos planteamos que era el momento de tener un hijo (una hija, en mi caso, que yo lo tenía muy claro desde el principio), no hubo NI UN SOLO DÍA en todo el embarazo, ni uno sólo, en que en su medio acuoso y oscuro dentro del vientre de mi esposa, no se sintiera acompañada por gritos y risas a granel. Fijaos bien: he dicho ni un solo día. Todos, absolutamente todos desde el 27 de Mayo del 2005 al 4 de Marzo de 2006, nos íbamos a la cama en medio de risas y jolgorio. Todos los días se me ocurría un chiste nuevo o surgía alguna situación cómica que comentábamos al acostarnos y que nos hacía llorar de risa. Incluso cuando mi mujer comenzó a tener pérdidas de sangre por una deficiente implantación de la placenta y surgió la terrible posibilidad de perder al bebé, tuve la desfachatez de intentar animarla con un chiste sobre la fabricación inmediata de otro niño y la prisa que el que vivía dentro de ella tenía por salir... y claro... lo conseguí...

Con estos antecedentes ¿cómo no nos iba a salir una niña alegre?

Por desgracia, aún no he conseguido grabar una sesión de juerga familiar. No por falta de ganas, es que estamos tan ocupados en esos momentos disfrutando y riéndonos que ni siquiera se me ocurre coger la cámara para inmortalizarlos. De modo que voy a postear este otro video de risas infantiles para que, los que aún no son padres y no han tenido ocasión de disfrutar de esos momentos, se hagan una idea del efecto que causa esta extraña enfermedad.



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