martes, 1 de abril de 2008

Justicia justa (I)

Si os digo que me pican los dedos, que apenas puedo vivir sin escribir algo a diario, sin visitar las páginas de los que ya, sin conocerlos, considero amigos; muchos de vosotros, me trataréis de exagerado o de imbécil. Otros, en cambio, entenderán perfectamente de que hablo.

Cuando inicié este viaje cibernético sin un rumbo muy claro, lo único que esperaba es tener unos pocos lectores que entendieran mis puntos de vista sobre los temas que trataba. En principio, mi idea era escribir de aquello en lo que me considero capacitado para hacerlo: de mujeres y de perros, que es de las únicas cosas en las que puedo presumir de tener algún conocimiento. Pero, por arte de magia, es de lo que menos he escrito... ¡Qué raro!

Hace ya algún tiempo que quería romper el paréntesis que ha supuesto para mi rutina diaria la enfermedad de mi padre. Creo sinceramente que lo llevamos peor los que estamos a su alrededor que él mismo. Y que su lucha, su éxito, debería acompañarse de una normalidad de la que ahora apenas disfruta. No es que no debamos hacerle caso; en el fondo, la posibilidad de su pérdida nos impulsa a establecer unos comportamientos que no tendrían razón de ser si no existiera la enfermedad que le aqueja. Así que me propongo tratar de continuar con la labor de escribir, pero sin descuidar las atenciones que, sin duda, se merece y pueda necesitar.

Y qué mejor tema para comenzar esta nueva etapa que uno filosófico en en que todo el mundo tiene una opinión bastante clara estos días: la justicia.

Aquellos que no se hayan visto afectados en su etapa de formación por los intentos de nuestros incompetentes gobernantes de manipular la enseñanza para sus propios fines, recordarán que antaño, en los institutos, se estudiaban algunas asignaturas "inútiles"que, con el tiempo, se me han revelado como imprescindibles para la formación de una mente crítica. El latín, aquel peñazo de declinaciones, de discursos de muertos ilustres como Julio César o Séneca, el cordobés, me vuelven a la memoria cada vez que escucho o leo la pobreza de argumentos que esgrimen nuestros políticos. La filosofía, que bien impartida por un profesor inteligente puede ayudar a definir el funcionamiento de una mente, y enseñar algunos principios morales que ninguna religión puede, desde su concepción excluyente, atribuirse como propios. Y la historia. La historia sirve para entender que todos los problemas que nos preocupan hoy han surgido antes en el pasado; y que podemos aprender de los errores y las soluciones que se han aplicado anteriormente a esos problemas.

El caso dela asesinato de la niña de Hueva, Mari Luz, ha puesto en evidencia los fallos de una administración de justicia que, en nuestro país, podría perfectamente definirse como un dinosaurio. Anacrónica, lenta, monstruosa, ineficaz, obsoleta y sobre todo, alejada de la realidad social y de la modernidad.

No hace mucho, tuve una conversación con un funcionario de prisiones que se quejaba de la ridiculez que supone que en una sociedad tan informatizada, tan moderna, tan avanzada como en la que vivimos, aún haya que trasladar diariamente a los reos a los juzgados acompañados de unos expedientes en papel que, en muchas ocasiones, ocupan mucho más espacio que los propios presos. Cada vez que hay que revisar una causa contra un presunto criminal, se tarda más en recopilar la información de las causas abiertas y en la preparación de los legajos, las solicitudes, las comunicaciones, los recursos, las condenas, etc., que en avisar al reo, meterle en un furgón y bajarlo a los juzgados a que le vea el juez. Estuve de acuerdo con él que unos pocos millones de los muchísimos que nuestros políticos despilfarran servirían para dotar a la Administración de Justicia de unos buenos servidores informáticos y de unos simples pendrives para cada uno de los encausados. Si la informática ha permitido automatizar y simplificar algo tan complicado como nuestra Seguridad Social ¿Qué no haría por dinamizar un sistema como el de la justicia en nuestro país? Pues eso...

Claro que también habría que sanear dicha administración de algunas rémoras antediluvianas en forma de jueces que se pasan la justicia y su propio trabajo por el arco del triunfo. Seguimos viviendo en una nación en la que ser funcionario es una lotería de las gordas. Nuestros servidores públicos, desde el presidente del gobierno hasta el último peón de limpieza del ayuntamiento de Villateempujo y no subes, tienen la misma vocación de servicio que el cocodrilo de las fábulas de Esopo. Los de arriba: a ver cuanto puedo robar sin que se entere nadie. Y los de abajo: me engañarán en el sueldo, pero no en el trabajo... y así nos luce el pelo... Envidio a países como Japón en los que la concepción de servicio público va tan íntimamente ligada al honor personal que una decisión errónea tomada por el anterior ocupante de un cargo público, hace que el siguiente en ocupar el puesto dimita fulminantemente por un "quíteme usted esas pajas". Aquí no. Aquí, ni aunque te pillen con la mano metida en la caja, te cesan.

Y si eres juez... eso sí que es un chollo... Porque no sé si muchos lo sabrán, pero aquí, para acusar a un juez de asesinato, hay que pillarlo, como mínimo, con el hacha sangrienta en la mano... y que haya suerte y la víctima no muera sin declarar... Por lo menos, que si no... igual hasta se libra el tío. A cualquiera, en cualquier empresa de este país, si le pillan en un marrón como el que han pillado al ínclito éste de la audiencia de Sevilla (con las mentiras que ha soltado por su boquita incluídas), no le dan tiempo ni para recoger sus pertenencias en la taquilla. Está en la puta calle antes de que se de siquiera cuenta de por dónde venían los tiros. Pero como es juez... y funcionario... habrá que "depurar responsabilidades". Que es la forma suave de decir "dejadnos en paz, que ya veremos lo que haremos si nos da la gana".

Y entretanto, al igual que en el caso de Mari Luz, hay en la calle un porrón de delincuentes sexuales a los que tendríamos que atender personalmente...

Lo peor de todo es el papel de la Policía, a quien no le queda más remedio que proteger a tanto hijo de puta, cuando me consta que a más de uno le gustaría estar al otro lado de la valla: